miércoles, 18 de noviembre de 2015

Hace un año y medio tuve el privilegio de que Andrés Montero y Nicole Castillo me pidieran prologar un trabajo que la Compañía chilena "La Matrioska" (que ambos fundaron y sostienen) realizara en dos barrios de Santiago de Chile, una experiencia que puso el acento en la cara instrumental de este oficio que compartimos y en el que creemos.
Agradezco la confianza y aquí dejo algo de las reflexiones:
Poner voz al recuerdo es un acto de dignidad, es un ejercicio sanador que dibuja las aristas del camino surco que hacemos en este ir y venir de la memoria que nos consuela a veces, otras nos desvela y otras tantas nos obliga a cerrar los ojos como queriendo borrar imágenes, sucesos, acontecimientos.
El humano es humano porque recuerda y, nombrando el recuerdo,  viaja a su pasado, lo fabula, lo sublima y lo ennoblece porque todo tiempo pasado fue mejor si se dice  y se comparte desde el lugar en que el afecto le devuelve a la vida su grandeza y rescata a los hombres y mujeres del pantano insondable del olvido.
Corren tiempos difíciles para la especie humana, el progreso nos aliena y nos despoja de palabras y gestos, de abrazos, de miradas, de espacios que nos permitan contar de dónde venimos y trazar el dibujo de a dónde queremos ir, pero aún nos queda la voz, nos quedan los cuentos, nos queda la memoria.
La tradición oral sigue viva y regalándonos la estructura maravillosa y flexible del decir con voz propia, sin los artilugios de la literatura ni las cadenas de la semántica y de la gramática. La oralidad nos permite y nos exige volver a los lugares comunes y quitarle y ponerle todo lo que la memoria emotiva nos exija para convertirlos en esa parte nuestra que queremos que trascienda a la prisa y a los lazos virtuales.  Hay que escuchar la voz ancestral que vibra y nos propone volver a juntarnos para contar la vida con palabras sencillas, fáciles, cercanas.
Vida y cuento van de la mano, inseparables, complementarios. La vida es el cuento en estado puro y el cuento sólo es verdad cuando el narrador lo vivifica con su voz, con su experiencia y lo pasa por su memoria y quien lo escucha lo enlaza con sus vivencias (vida y sueños) y lo devuelve o lo reinventa o lo desarma.
Ahora tengo la certeza de que el olvido tiene menos presencia en Yungay y en La Victoria;  lo digo con la convicción con la que encantan y endulzan mi oído las voces que hay atrapadas en las palabras que conforman las historias recogidas por Andrés y Nicole y porque sé, por experiencia propia, que quienes escucharon a sus convecinos y familiares narrando los recuerdos comunes ahora tienen ganas de vivir para que alguien cuente luego su vida o saben que poner alas al recuerdo es permitirnos el derecho a trascender gracias al juego liberador que proponen los cuentos.
Esta experiencia me provoca a mirar la historia cotidiana que el río de la prisa se lleva porque si y me exige encontrar palabras para contar mis días que son los días de los otros, nuestros días de hoy en los que la memoria incansable no deja de tejer razones y pretextos para sostenernos, para nutrirnos la raíz y ampararnos el vuelo.
Gracias, amigos, por abrir espacio a la palabra sencilla y humana, por poner campanas que censuren  al silencio, al olvido y permitir a la memoria que cante y cuente, que exija con voz y acento propios su derecho a nombrar y a definir quiénes somos.


No hay comentarios: