Hoy es un domingo sin prisas. Sigo en Guayaquil. No se si espero, no se qué quiero pero estoy viviendo como se vive con ese sobresalto del enamoramiento.
Tengo ganas de contar, de hablar y hablar, destejiendo o tejiendo (como siempre digo), palabrear, jugar el agridulce juego del recuerdo y hacer un corro en la calle y convidar al mundo a sumarse a la rueda "de pan y canela". Tengo ganas de ir mañana al colegio, refunfuñando, con las uñas recortadísimas y los zapatos limpios, estrenar una camisa y soñar, como cuando soñaba sin el vértigo que la responsabilidad impone.
Escucho una canción, Arrullos, y me hace tan feliz que bailo en un salón de lámparas gigantes, bailo solo y la gente se asoma para verme bailar y entonces, las convido.
Suena la orquesta y afuera llueve y dejo de bailar para mirar la lluvia, verla caer sobre el patio luminoso de mis sueños que tiene todos lo aromas de mi niñez de pueblo.
Y la gente de siempre baila con los recién llegados y yo miro con la cara conque escuchaba a mis padres contarme los bailes de mi pueblo y de tan feliz me carcajeo y aplaudo el espectáculo maravilloso que fue mi infancia de esperas y esperanzas.
Fiesta de la memoria es esta tarde en que escucho y escucho una canción y aprendo del recuerdo a desentrañar las verdades para entender, definitivamente, que sólo hay que salvar el soniquete, imperceptible a veces, de las esencias y descuidar el ruidoso cacareo de las apariencias.
lunes, 10 de septiembre de 2012
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