No aprendemos los humanos a minimizar el riesgo de las expectativas. A ratos me he creído adulto y me impongo la certeza de que las cosas pasan porque sí, para que algo se mueva o se retuerza o gima, pero no dejo de creer en esa suerte fragilísima que supone el vivir de ilusiones, aunque luego, según reza el refrán, morir de desengaño sea lo propio...
Es cierto que mi oficio desgasta, pero al mismo tiempo te refuerza esos rincones maravillosos del afecto y cuando el cuerpo dice basta; el corazón o el ego, menos poético, pero vibrante y protagónico te exigen seguir destejiendo o tejiendo (según sea el caso) las palabras.
Confieso que soñé con este viaje, soñé soltar mi voz de acento entreverado en esta tierra amable donde los árboles y el verde compitan con las sonrisas más amables que he recibido en mi vida,llena de amabilidades y sonrisas; pero pobre de mí, el tiempo pasa y yo camino de un lado a otro mirando el privilegio de lo mestizo y viendo como vive la ciudad porque de cuentos, nada
Ayer en Alajuela, la cosa se torció por un error de comunicación y mi gozo en un pozo, por suerte estaba el patio maravilloso de la Casa de Cultura, la gentileza de Mariela, Juan Madrigal, Alan y mi anfitriona, Fabiola, que no hayaba qué hacer para consolar mi frustración, enmascarada pero que supo adivinar a pesar de mis risas y palabras desatadas.
Escribo a modo de catarsis, para asegurarme que esta tarde habrá orejas prestas a las escucha porque vine a contar y una voz sin orejas no es más que silencio...
domingo, 28 de marzo de 2010
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