domingo, 10 de junio de 2012

Otro pedacito del cuento


y cuando la oscuridad de la noche sin luna coronó sus cabezas y se tragó de un bocado a los cuatro horizontes del pueblo, se hizo el silencio y con el silencio el mar cantó una canción cargada de nostalgia: sentir las olas sin verlas es una ceremonia triste. Y fue tan honda la tristeza que asumieron que el mar que los había traído en busca de esperanzas sólo le devolvía el dolor del abandono, del desarraigo, de la fuga y decidieron, unánimemente, darle la espalda al mar.

En cuanto clareó el día sus azules, de una, todos levantaron sus casuchas apenas ancladas en la tierra y como en una danza giraron sus portales tierra adentro y las primeras casas de mi pueblo dieron, definitivamente, la espalda al mar y a su cantinela. Fue Meneses el único pueblo en la historia del mundo que se negó a contemplar la belleza del mar.
Acostumbrado a ser centro de todas las miradas el mar no comprendió que aquel pueblucho insignificante se negara a admirar su grandeza. Y fue tanta su ira que decidió arrancarlo, hundirlo, tragárselo con todas sus casas, sus gentes y sus sueños.
Vino a traición, de noche, vino subiendo, creciendo silencioso, pero furioso, iracundo, ciego. Vino mientras la gente dormía a piernas sueltas porque la gente honesta no tiene pesadillas que le asusten o le aligeren el sueño. Era una mole oscura la que se tendía sobre Meneses para devastarlo cuando en el alma del mar canto la pena y decidió arrancar a mi pueblo de sus raíces chicas y llevarlo tierra adentro.

No hay comentarios: