lunes, 19 de noviembre de 2012

MELANCOLÍA Y CANCIÓN PARA UN DOMINGO


Aletea la tarde en un suspiro que no devuelve el horizonte hambriento, la línea imperceptible que se traga su luz en naranja agonía.
Siempre fueron terribles los domingos de abandonar la casa y el abrazo, pero hoy no estoy cansado y tengo sueño, un sueño que no es sueño y es tristeza, una extraña melancolía cargada de recuerdos y optimismo, de certezas y miedos.
El próximo domingo que muera ante mis ojos estaré resumiendo estas andanzas por las fértiles tierras del oficio y los afectos, por tantas casas nuevas donde escondí migajas del futuro, ese capricho-tiempo que no sé dibujar con trazo firme pero que puedo oler, sentir, palpar como si no hubiese otra opción que la de volver para afianzar los lazos que adornan estos últimos meses de búsquedas y encuentros.
Caminos, casa; amigos, casa; palabras, casa; cuentos, casa; recuerdos, casa; un amor, casa; miedos, casa; libros; casa y la esperanza, el canto, los olores, la luz, el llanto, la mentira, la música, los besos, las ausencias, las abuelas, los ojos, las miradas, la familia, los abrazos, las orejas, las sensaciones, el paladar y las angustias, la ansiedad y los mimos, el antaño, el ahora, los de hoy, los de siempre, los nuevos y los viejos, refugios, arrullos, hermana, pueblo, patio, jardín y madre... CASA.
Una y mil casas me han nacido, con huertos, con hogueras, con pucheros cantores que me arropan, calman mis  hambres y  nutren la ternura.
Una y mil casas tengo y ya no sé si vengo o si voy, si estoy haciendo equilibrios o desequilibrios, sin construyo caminos o los borro para poder volver sin el acoso del tiempo ineludible que, mientras amasa la esperanza, te desordena el sueño, te agita, te detiene, te empuja, te acobarda, te defiende, te humilla, te posee...

Ya se murió la tarde. El horizonte es nada cuando impera la noche, la luz es sólo un espejismo que se somete al designio del tiempo inevitable, que la preña de oscuridad y aurora.
A oscuras siento que hay un sólo camino y que es fácil cargar lo que aprendí estos días de jugar a vivir, a salir de mi mismo y reencontrarme niño sin otro artilugio que mis palabras y está fe en los amigos y en la gente.
Una y mil casas llevo; algunas con cimientos a prueba de temblores, otras de polvo y nube, otras de azúcar y de agua y de agua y sal, de mar y de ola, otras de un sólo trazo, otras como el dibujo de un niño, otras balcón o abismo pero todas cobijan y definen mis pasos y en todas hay ventanas para mirar, paciente, el suspiro-aleteo de la tarde que el abismo del horizonte se traga lentamente y aprender de la vida, mientras se muere el día en naranja agonía, a construir mañanas, regresos, esperanzas.

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