Soleada la mañana. Amanezco con la ilusión preñada, primaveral
a pesar del otoño.
Contaré en un colegio y siempre contar para niños y niñas se
me hace un privilegio.
Vamos al Oriente del DF y la casualidad pinta la línea del
metro de color verde.
Primera señal: el camino de la esperanza enrumba hacia el
Oriente.
Erramos, viajamos hacia el Poniente, por suerte en el vagón
venden "alegrías grandes" a sólo cinco pesos, compramos, es buen
precio para algo tan valioso.
Cambiamos el camino y tropezamos con una pareja de novios
que comienza el día con un beso y una madre que juega con su niño en la
escalera del metro ¿Señales?
Descubrimos que el tren de la esperanza va muy lento, pero
va.
Llegamos, el sol insiste.
El colegio es también verde y, en el jardín, Ángel se
encuentra un enorme signo de interrogación de color verde ¿más señales?
Contamos, hasta las madres han venido a escuchar las
historias...
No sé, pero hay días en que vale la pena levantarse y creer
que todo es posible sólo porque el sol de otoño se atreve a jugar a las
primaveras, porque te encuentras con alguien; una maestra, por ejemplo, que
cree en lo que hace; niños y niñas, de barrio, que se agarran a las palabras
como a la libertad, al juego o a la fe, palabras grandes que a su edad son una misma cosa y porque
puedes recorrer a golpe de risas y canciones una ciudad extraña con una amiga
nueva que es como de toda la vida.
Sólo señales, simples señales, pero hay que leerlas,
vivirlas para seguir creyendo en la esperanza
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