martes, 24 de febrero de 2009

Animar, dinamizar, entrener...

Hay algo que siempre me asusta: ¿está claro el oficio del cuentero?¿Se sabe cuál es la verdadera finalidad de su actividad?
Morir de éxito es quizás la aspiración de algunos, multiplicar sesiones, auditorios repletos donde se pierden el gesto, la mirada la voz...
Yo creo en las sesiones con los oyentes justos porque escuchar en la narración oral es participar y en ese ejercicio devolver al cuentero su relato, obligarle a reinventarlo, a que sea único en el momento en que lo narra.
Lo expreso abiertamente a riesgo de perder espacios en los que contar. Lo digo porque creo que es bueno sentarse a pensar en algo más que en la rentabilidad de los presupuestos o en el alcance de la gestión de una u otra institución.
Cierto que disfruto con un gran número de niños y niñas caminando el camino de mis palabras, siguiendo el impulso de mi gesto y de mi voz, haciéndome disfrutar y ayudándome a creer más (si cabe) en mi oficio, pero luego me surge la pregunta ¿A qué vine? ¿Las palabras se las lleva el viento?
No se trata de hacer grandes alardes de virtuosismo, se trata de pequeños ejercicios de afectividad para que nuestra sesión se integre a un proceso, para llegar a todos y quedar como un "fueguito" latiendo en su memoria y desatar imágenes que reinventar, caminos nuevos que tomar o fundar...

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