La casa de mi infancia, mi única casa, era tan alta, tan alta, que desde el piso sólo mi madre veía las arañas que llenaban de trampas los altísimos rincones del techo. Y digo techo, porque así le llamaban a aquel telón llenito de remiendos y agujeros por donde el sol jugaba a hacer estrellas y las estrellas se disfrazaban de cocuyos cada noche.
De tan vieja a mi casa le dio por las ventanas. No le alcanzaban sus puertas y, poco a poco, se fue llenando de rendijas, por las que entraban mariposas, bejucos, lagartijos y vecinos. Estos últimos casi siempre venían por un buchito de café o a curarse el empacho.
Si llovía, mi casa era el aguacero. Desde el techo caía la llovizna y pegadito al suelo aparecía un río, que de lado a lado atravesaba la casa de mis juegos. Todo para que mi madre perdiera la cordura e Ivis y yo viéramos pasar el agua subidos en la cama y escondidos debajo de las sombrillas conque mi madre nos protegía del catarro (...)
Aquella sí era una casa, no tenía jardín con nomeolvides y se volvía un infierno si llegaba el diluvio. Pero entraba la luz, que en las noches salía por los huecos para llamar la atención del que pasaba. Sólo tenían tiempo exacto las comidas; el resto de las horas se juntaban entre carcajadas, libros, canciones y juguetes. No faltó nunca la ternura y mi abuelo llevaba su caballo hasta el mismo lugar donde mi madre guardaba las almohadas, por eso los sueños eran tan divertidos
Hasta aquella casa todo llegaba sin permiso: la sambumbia de Nana, el café de Mayo, el gato de Mariquita, la risa de Sofía, las gallinas del mundo entero que morían de amor por el gallo jamaiquino. Todo cabía en mi casa, por eso era tan linda, con su vejez, con su color de casa campesina, con sus olores a humedad, con sus lagartijas. Todo cabía allí: mis sueños, los hijos de una gata perdida, la risa de mis primos, los juguetes que morían de envidia guardados en sus cajas y aquellos libros conque mi infancia entró al mundo y que, una vez, la lluvia se los llevó consigo, porque en casa mejores los niños no sabían de cuentos, ni de hadas.
sábado, 21 de febrero de 2009
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