martes, 28 de junio de 2011

Un huracán de afectos que crece y quiere crecer


Hace cuatro años, en mi primera función en Barquisimeto, compartí con un muchacho de dieciséis años: Romer Peña. Era pura fuerza, un huracán sin bridas que lanzaba al aire su energía y que los asistentes a aquella función recogían a pesar del espacio y devolvían como sólo saben las orejas de estos lares, donde aún la palabra es palabra. Fue en Las Trinitarias, que aunque por su nombre parezca un Colegio de monjas, es un Centro Comercial (en Venezuela trinitarias son también las buganvillas)
Esta vez lo he visto contar en el Teatro, en la sede central del 18 Festival de oralidad de Barquisimeto, arropado por tres músicos excelentes (Barquisimeto es tierra de músicos) con un espectáculo con matices urbanos y un evidente guiño a la poesía.
Romer ha crecido y lo digo tajante porque tiene madera para seguir creciendo y ganas para hacerlo, sabe escuchar mirándote a los ojos, sin miedo a eso que, a los que “vendemos” nuestro ego, nos cuesta tanto oír: desatinos, desaciertos, errores, patinazos…
Yo lo disfruté con desconcierto y cierta envidia. Desconcierto porque a ratos se dejaba arrastrar por la pasión de un público que le conoce y lo arropa hasta la asfixia y le impedía, impidiéndonos, saborear las historias, escuchándole como quien come engullendo, sin percibir los sabores, los aromas, las texturas. Lo envidié porque a pesar de esos pesares, que el público te quiera es del deseo de todos o casi todos y porque ojalá a sus años yo hubiese tenido arrojo suficiente para ponerme al mundo por montera y luchar convencido por lo que entonces creí querer y que ahora sé que es cierto.
Romer no deja indiferente, por eso le hablé como un amigo viejo de mis impresiones y por eso le escribo estas palabras en una habitación de hotel con ventanas que miran a ninguna parte y porque él si tiene luz propia y un camino que andar construyendo ventanas y puertas y cerrojos y muros; eso sí, escuchando a su yo, que no a su ego, y mirando después, con avidez de sabio, lo que deja a su paso porque lo que pasa es lo que queda y funda, lo que enseña y nos arma en este oficio lleno de intrusos que, como yo, se atreven a decir que les parece el trabajo de otros. Yo intento hacerlo sin juzgar, desde el afecto más sincero y cuando percibo en los ojos de quien cuenta las ganas de crecer y seguir creciendo y creciendo reinventar el oficio de cuentero que es una tarea difícil y por difícil, edificante.

1 comentario:

Auria Rossana Silva J. dijo...

Es demasiado bueno ese gran huracán que crece cada ves mas, esa gran estrella que siempre va a brillar este donde este, estoy super orgullosa de ti porque te he visto crecer y cada acto es mejor que el otro y mas orgullosa aun saber las palabras con las que te describen personas que saben lo que haces. Besos TQMte ;)