Sólo la mañana habría sido
suficiente para hacer este domingo memorable. Marita von Saltzen me había
invitado a conocer a Rubén López y a pasear juntos por Matadero, uno de esos
barrios de Buenos Aires que no aparecen en las guías de turismo como algo
reseñable y que, quizás por eso, resuma una alta dosis de autenticidad: la
feria, la música, los bailes y el gentío creciendo a medida que avanzaba el
día: Miramos, compramos, bailaron y luego comimos en uno de esos sitos con
solera y del que ni siquiera miré el cartel que ponía su nombre ¿Acaso lo
tenía? Yo elegí un locro, ellos choripan.
Luego decidimos ir a ver un
espectáculo de Diana Tarnofki, recomendadísima por mi caro amigo Moisés Mendelewicz.
Pasamos a buscar a Lili Bassi y a Palermo, el barrio, por supuesto. La hora
pegada, la dirección incierta, pero llegamos a una sala oscurísima, repleta de
gente y de sonidos.
Yo esperaba un espectáculo de
cuentería al uso, desnudo, sin excesivos ruidos ni alharacas y cuál fue mi
sorpresa cuando me encuentro que los cuentos estaban más que arropados por
gestos, luces, sonidos, cantos...
Cantante y sonante es un espectáculo
hermoso, tierno, es dulce y luminoso que da la impresión de una espiral que te
va envolviendo, llevando como jugando a nada que resultó ser no de Diana Taranofki, sino, con Diana Tarnofki.
Ahora, en casa de Javier y a la
luz de las velas (no tenemos electricidad) vuelve en armónicas resonancias y lo
paladeo, redescubriéndolo, sintiéndolo, destejiéndolo.
Y aunque mi manía de apostar por
la desnudez de las voces y los gestos, me obliga a resistirme a los adornos,
cierro los ojos y me veo invadido por una suerte de magia, degustando uno de
esos platos llenos de colores, texturas y sabores.
Me gustó, definitivamente, me
gustó y fue una clase magistral de equilibrio y mesura, una suerte de tapiz
bordado a mano y lleno de colores, uno de esos tapices que te permite elegir
una hebra o una parte del dibujo y dejarte llevar como si de un abandono se
tratase.
Yo hubiese insistido en las sombras
chinescas, como recurso porque me pareció maravillosamente breve y me quedé con
ganas de entrar por la mirada dulce de Diana que prevalecía y se hacía valer a
pesar de todo lo que llamaba la atención: las hermosas voces, el músico jugando
el juego e implicadísimo en la puesta y un atril mostrando los libros en los
que aparecen los textos que integran la obra.
Gracias, Marita, Rubén, Lili,
Diana, gracias por este domingo que subrayó la certeza de que hay días en los
que el azar te premia y te regala la suerte de mirar el oficio y la vida desde
otro lugar que lo enriquece.
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