lunes, 6 de agosto de 2012

Recuerdos de un domingo luminoso


Sólo la mañana habría sido suficiente para hacer este domingo memorable. Marita von Saltzen me había invitado a conocer a Rubén López y a pasear juntos por Matadero, uno de esos barrios de Buenos Aires que no aparecen en las guías de turismo como algo reseñable y que, quizás por eso, resuma una alta dosis de autenticidad: la feria, la música, los bailes y el gentío creciendo a medida que avanzaba el día: Miramos, compramos, bailaron y luego comimos en uno de esos sitos con solera y del que ni siquiera miré el cartel que ponía su nombre ¿Acaso lo tenía? Yo elegí un locro, ellos choripan.
Luego decidimos ir a ver un espectáculo de Diana Tarnofki, recomendadísima por mi caro amigo Moisés Mendelewicz. Pasamos a buscar a Lili Bassi y a Palermo, el barrio, por supuesto. La hora pegada, la dirección incierta, pero llegamos a una sala oscurísima, repleta de gente y de sonidos.
Yo esperaba un espectáculo de cuentería al uso, desnudo, sin excesivos ruidos ni alharacas y cuál fue mi sorpresa cuando me encuentro que los cuentos estaban más que arropados por gestos, luces, sonidos, cantos...
Cantante y sonante es un espectáculo hermoso, tierno, es dulce y luminoso que da la impresión de una espiral que te va envolviendo, llevando como jugando a nada que resultó ser no de Diana Taranofki, sino, con Diana Tarnofki.
Ahora, en casa de Javier y a la luz de las velas (no tenemos electricidad) vuelve en armónicas resonancias y lo paladeo, redescubriéndolo, sintiéndolo, destejiéndolo.
Y aunque mi manía de apostar por la desnudez de las voces y los gestos, me obliga a resistirme a los adornos, cierro los ojos y me veo invadido por una suerte de magia, degustando uno de esos platos llenos de colores, texturas y sabores.
Me gustó, definitivamente, me gustó y fue una clase magistral de equilibrio y mesura, una suerte de tapiz bordado a mano y lleno de colores, uno de esos tapices que te permite elegir una hebra o una parte del dibujo y dejarte llevar como si de un abandono se tratase.
Yo hubiese insistido en las sombras chinescas, como recurso porque me pareció maravillosamente breve y me quedé con ganas de entrar por la mirada dulce de Diana que prevalecía y se hacía valer a pesar de todo lo que llamaba la atención: las hermosas voces, el músico jugando el juego e implicadísimo en la puesta y un atril mostrando los libros en los que aparecen los textos que integran la obra.
Gracias, Marita, Rubén, Lili, Diana, gracias por este domingo que subrayó la certeza de que hay días en los que el azar te premia y te regala la suerte de mirar el oficio y la vida desde otro lugar que lo enriquece.  

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