Qué los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.
Federico García Lorca
Difícil resulta ser en este trozo cálido, luminoso y festivo del mundo.
La norma oprime; y la norma no es norma sino en la enferma tradición, la rabia, el miedo, la ignorancia, la duda y el misterio, la ansiedad y la angustia que supone ser uno mismo. Y es que ser consecuente se se endurece y complejiza si éste ser está sustentado en una diferencia que no es buena ni mala, que sólo es y punto.
Y se puede ser pleno sólo si el estar se vuelve amable, acogedor, tolerante y hace oídos sordos a la moralidad, la desidia, la mentira
"Aquí hay mucho marica", me dicen con el falso desparpajo y la falsa tolerancia de la modernidad que alberga, ineludiblemente, el veneno de la burla la ponzoñosa tradición que para ciertas "cosas del querer" se vuelve una mala puta.
Entonces me pongo militante y rompo una lanza en favor de tanta mariquita que se mueve a ritmo de champeta con el cuello estirado y un aletear de cocuyos en los ojos. Cocuyitos de pueblo que apagarán su luz a fuerza darse al placer de los "machos" que enarbolan su "palo sancochero" con la maldita consigna de que en tiempo de guerra cualquier hueco es trinchera y ser, en estas condiciones, es una guerra sin cuartel, sin piedad, sin sentido.
En esta tierra donde la morenez se debate entre la raza y el sol quemante, la hombría tiene el lastre amargo del machismo que se desmorona, inevitablemente, en el ir y venir de caderas que en su compás provocan y seducen, en el mirar que atraviesa, convida y desnuda, en la nariz que señala un punto en el que perderse para jugar a ser en este juego peligroso<, juego en el que queda un alma rota, en el que se acumulan el desamor, la angustia, el maltrato, el abuso, la indiferencia.
No sé sin son muchos los maricas, pero hay muchas mariquitas que se muestran al mundo como tristes caricaturas que esbozó la mentira, la negación, la falsa alegría de esta luz que ilumina y ciega, que embellece y quema, de este horizonte que te pone unas alas que se atrofian y acaban asfixiando al ser que pajarea y canta donde empieza la vida o, mejor dicho, que va pudriéndose cuando la vida intenta darse al maravilloso goce de ser uno mismo.
lunes, 17 de agosto de 2015
lunes, 6 de julio de 2015
LEVEDADES
Estas últimas noches he dejado que Pedro Lemebel me hable de sus amores.
Anoche, mientras me hablaba, pasó un ala o una nube. Era algo leve y gris, algo volátil que convocó una lluvia melancólica y pasajera.
Luego me dormí y soñé que volaba para llegar a una casa donde sólo la luz estaba definida; lo demás era claro en el sueño pero ambiguo en la realidad y no sé explicarlo
Amanecí con otro avance de Canciones y palabras, el nuevo proyecto de Veleta Roja. Hernán Milla me envío un adelanto en el que Luna canta una leve canción que es ala, es nube, es mar, espuma y no es gris, sino azul de un azul luminoso como la luz del sitio al que volaba en mis sueños.
¿Dónde está lo real, dónde lo onírico?¿Qué linea delgada separa el ser del estar, la vida del verso, el camino del cuento?
Ando como quien vuela, como quien cantan, como quien se aferra al suelo para que la cabeza siga en su sitio habitada por pájaros y trinos.
Ando con ganas de arroz con leche, de chocolate y sopa, de arrullos, abrazo y ñoñerías varias. Ando con ganas de volver al sitio donde cantan mis palabras sin mi voz.
¿Por qué se quedó Dios la ubicuidad para el solito?
miércoles, 21 de mayo de 2014
CUANDO EL GRIS EXIGE UN PARAGUAS NARANJA
Amaneció tan gris que opté por salir a comprarme un paraguas naranja. No lo encontré, a veces los deseos más simples se vuelven imposibles.
Un tren pasó a mi lado y me fui sin saber a dónde y empezó la llovizna.
Otro sentido tiene la lluvia desde la ventanilla de un tren que olvidó la puntualidad, la prisa, el tiempo. Otro sentido tienen la vida y sus paisajes: las hojas amarillas incendiando los grises, una señora con cara triste y chubasquero rojo, una pareja desafiando el frío con sus besos, la fiesta de unos niños en un charco.
El traqueteo arrullador y el abrazo helado del viento hacen vibrar mi cuerpo con un escalofrío digno de un orgasmo.
Es evidente mi placer, mi gozo; tanto se me nota que pienso en un café y alguien pasa y me mira con ganas de invitarme a... (queseyoaqué)
Resulta tentador pero le ignoro, no sé cómo explicarle que sólo necesito un paraguas naranja.
Siguen el tren y la lluvia
Siguen el gris y mis ganas de un paraguas para encender el día.
Me voy al cumpleaños de un amigo payaso que no supo la magia suficiente para que hubiese sol el día de su fiesta. Imagino globos y colores pero hay sólo silencio. No habrá fiesta y se va mi cabeza al dichoso paraguas.Afuera llueve y ya la noche se apura para cerrar el cielo a las seis de la tarde.
Llega Vicente, un niño autista que me ha visto sólo dos veces apuradas y hace más de un año.
- Hola, Aldo, yo te cuento un cuento y tú me cuentas otro- dice de golpe, sin pausas, sin respirar.
Yo siento que la tarde se enciende, que se acaba la lluvia afuera y que empieza en mis ojos.
Me cuenta la historia de una pajarita de papel que cobra vida a cambio de que yo le cuente "La cucarachita Martina", cómo negarse, cómo negarme.
Lo contamos juntos, lo contamos todos: Vicente, María, Gonzo y yo.
Es tan lindo que a mi la tarde se me vuelve fiesta y Vicente se aprende, a la primera, el estribillo de Ronda de Luces y cantamos a dúo.
Hay extraños arcoiris que aparecen de noche, sin sol, sin soñarlos, sólo con un una sonrisa
Y Vicente concluye:- Aldo y yo somos hermanos para siempre, lo hace buscando la palabra precisa para crear la frase perfecta.
Vale la pena salir a comprarse un paraguas naranja porque el camino se va llenando de colores y la vida se enciende, se ilumina, reluce.
Un tren pasó a mi lado y me fui sin saber a dónde y empezó la llovizna.
Otro sentido tiene la lluvia desde la ventanilla de un tren que olvidó la puntualidad, la prisa, el tiempo. Otro sentido tienen la vida y sus paisajes: las hojas amarillas incendiando los grises, una señora con cara triste y chubasquero rojo, una pareja desafiando el frío con sus besos, la fiesta de unos niños en un charco.
El traqueteo arrullador y el abrazo helado del viento hacen vibrar mi cuerpo con un escalofrío digno de un orgasmo.
Es evidente mi placer, mi gozo; tanto se me nota que pienso en un café y alguien pasa y me mira con ganas de invitarme a... (queseyoaqué)
Resulta tentador pero le ignoro, no sé cómo explicarle que sólo necesito un paraguas naranja.
Siguen el tren y la lluvia
Siguen el gris y mis ganas de un paraguas para encender el día.
Me voy al cumpleaños de un amigo payaso que no supo la magia suficiente para que hubiese sol el día de su fiesta. Imagino globos y colores pero hay sólo silencio. No habrá fiesta y se va mi cabeza al dichoso paraguas.Afuera llueve y ya la noche se apura para cerrar el cielo a las seis de la tarde.
Llega Vicente, un niño autista que me ha visto sólo dos veces apuradas y hace más de un año.
- Hola, Aldo, yo te cuento un cuento y tú me cuentas otro- dice de golpe, sin pausas, sin respirar.
Yo siento que la tarde se enciende, que se acaba la lluvia afuera y que empieza en mis ojos.
Me cuenta la historia de una pajarita de papel que cobra vida a cambio de que yo le cuente "La cucarachita Martina", cómo negarse, cómo negarme.
Lo contamos juntos, lo contamos todos: Vicente, María, Gonzo y yo.
Es tan lindo que a mi la tarde se me vuelve fiesta y Vicente se aprende, a la primera, el estribillo de Ronda de Luces y cantamos a dúo.
Hay extraños arcoiris que aparecen de noche, sin sol, sin soñarlos, sólo con un una sonrisa
Y Vicente concluye:- Aldo y yo somos hermanos para siempre, lo hace buscando la palabra precisa para crear la frase perfecta.
Vale la pena salir a comprarse un paraguas naranja porque el camino se va llenando de colores y la vida se enciende, se ilumina, reluce.
lunes, 17 de marzo de 2014
DE LOS OFICIOS, LOS SENTIMIENTOS Y LAS TRAMPAS
Hay días que todo reluce, relumbra, brilla y entonces creo que la luz marca el camino.
Hay días como este en que no sé si es luz o sombra lo que me piden alma, vida y ventura pero es cuando más precisas se vuelven las palabras porque me siento más desnudo, más honesto, más yo.
Me gusta este oficio que me ha ido eligiendo y armando, que me ha hecho crecer, despegar e incluso mirar sin miedo ni pudores a la raíz de mi esencia pero me asusta a la par que me compromete, me aliena de los "grupis", las modas y las tendencias a la vez que hace más visible mi voz; entonces me dan ganas de callar para siempre y dedicarme a otro oficio nutritivo y humano, complejo y salvador, poético , seductor: la cocina, por ejemplo.
Hoy es uno de esos días en que prefiero el bullir de las ollas, el canturreo del agua, la presencia del fuego y mandar a la nada esta voz que a veces se me antoja moralista, redicha, pretenciosa aunque juro que lo que hago lo construyo a fuerza de poner más verdad a mis verdades y más luces a mis secretos, a mis sombras.
Y es en este momento catártico que la vida me reta y me dice que siga, que el azar, el destino, el hado y que sé yo fueron armando esta espiral de palabras, aplausos, caminos y silencios porque hay algo que descubrir o reinventar y me avergüenzo de mis pataletas de niño sin regazo, ni leche templada y me lleno de preguntas:
¿Por qué pretenden convertirnos en predicadores, profetas y sanadores de almas?
¿Por qué no nos exigen mirarnos más adentro para que sea más honda y verdadera la palabra?
¿No sería más fácil encontrar el modo de contarnos que canturrear fórmulas y esquemas que al final nos alienan?
Lo curioso es que ya algunos se han subido al carro del engaño y de las profecías, la sanación, la farándula y el ruido y se van por caminos sin nombre poniendo cepos a incrédulos, huérfanos y necesitados de una palabra amable, de un espacio de afecto, de un "había una vez" camino, de un "colorín" faro para consolarse las prisas de la vida, las ausencias.
Reclamo honestidad, autenticidad y generosidad, que resultan conceptos enormes pero pueden ser fáciles, llevaderos, sencillos (que no simples) porque son, a mi juicio, las claves de la dignidad y es la dignidad lo que puede salvar este tiempo, a este oficio y a sus oficiantes.
Y como todo esto viene de los talleres de los últimos días, ahí os dejo el poema-cuento que cerró y amalgamó los cuentos del Taller de Tutuma, en Oaxaca.
Hay días como este en que no sé si es luz o sombra lo que me piden alma, vida y ventura pero es cuando más precisas se vuelven las palabras porque me siento más desnudo, más honesto, más yo.
Me gusta este oficio que me ha ido eligiendo y armando, que me ha hecho crecer, despegar e incluso mirar sin miedo ni pudores a la raíz de mi esencia pero me asusta a la par que me compromete, me aliena de los "grupis", las modas y las tendencias a la vez que hace más visible mi voz; entonces me dan ganas de callar para siempre y dedicarme a otro oficio nutritivo y humano, complejo y salvador, poético , seductor: la cocina, por ejemplo.
Hoy es uno de esos días en que prefiero el bullir de las ollas, el canturreo del agua, la presencia del fuego y mandar a la nada esta voz que a veces se me antoja moralista, redicha, pretenciosa aunque juro que lo que hago lo construyo a fuerza de poner más verdad a mis verdades y más luces a mis secretos, a mis sombras.
Y es en este momento catártico que la vida me reta y me dice que siga, que el azar, el destino, el hado y que sé yo fueron armando esta espiral de palabras, aplausos, caminos y silencios porque hay algo que descubrir o reinventar y me avergüenzo de mis pataletas de niño sin regazo, ni leche templada y me lleno de preguntas:
¿Por qué pretenden convertirnos en predicadores, profetas y sanadores de almas?
¿Por qué no nos exigen mirarnos más adentro para que sea más honda y verdadera la palabra?
¿No sería más fácil encontrar el modo de contarnos que canturrear fórmulas y esquemas que al final nos alienan?
Lo curioso es que ya algunos se han subido al carro del engaño y de las profecías, la sanación, la farándula y el ruido y se van por caminos sin nombre poniendo cepos a incrédulos, huérfanos y necesitados de una palabra amable, de un espacio de afecto, de un "había una vez" camino, de un "colorín" faro para consolarse las prisas de la vida, las ausencias.
Reclamo honestidad, autenticidad y generosidad, que resultan conceptos enormes pero pueden ser fáciles, llevaderos, sencillos (que no simples) porque son, a mi juicio, las claves de la dignidad y es la dignidad lo que puede salvar este tiempo, a este oficio y a sus oficiantes.
Y como todo esto viene de los talleres de los últimos días, ahí os dejo el poema-cuento que cerró y amalgamó los cuentos del Taller de Tutuma, en Oaxaca.
A la casa de ventanas enormes no se la llevó el olvido; se
la llevó el viento cálido del desierto y la trajo hecha de polvo, de arena y de ceniza a un apartado lugar de la memoria.
El hombre que sabe de silencios,
descuelga un acordeón al que enmudece el olvido que la pared le impone, desdobla los apuntes
de una canción que guarda y le canta a la niña de ojos luminosos y asombrados el
cuento de una casa que no mató el olvido, que se la llevó el viento para que
fuera siempre melodía.
Gracias a Sandra, Dalila, Carolina, Javier y Fernando por ese tiempo memorable de afectos y escuchas
martes, 25 de febrero de 2014
Y TIRANDO DEL HILO, CANTANDO, JUGANDO
Escuchaba al dúo Karma, que me encanta.
El corazón es agua, cantan. Un poema de Miguel Hernández.
Y su canción me lleva o me trae
(según quiera mirarse o pueda mirase)
y esto sale de mi o de ellos, o de su canción y mis ganas
(según se mire o pueda mirarse)
Mi corazón
es agua, bébelo
es puerta, entra
mi corazón
aguarda, llega
Y tirando del hilo mi corazón y mis palabras me llevan a este juego o poema
(según se mire o pueda mirarse)
El corazón es agua, cantan. Un poema de Miguel Hernández.
Y su canción me lleva o me trae
(según quiera mirarse o pueda mirase)
y esto sale de mi o de ellos, o de su canción y mis ganas
(según se mire o pueda mirarse)
Mi corazón
es agua, bébelo
es puerta, entra
mi corazón
aguarda, llega
Y tirando del hilo mi corazón y mis palabras me llevan a este juego o poema
(según se mire o pueda mirarse)
Mi corazón
Es pera
Espera
Esperanza
Mi corazón de agua
Aguarda
Guarda
Mi corazón
De pera y agua
Que aguarda
Que espera
Que una esperanza guarda
miércoles, 19 de febrero de 2014
MÁS QUE PALABRAS
Hay palabras cuyos sonidos dibujan aromas y sabores en mis
recuerdos; palabras que armaron de significado las ausencias que tuvo mi niñez
de pueblo y que en voces adultas tenían el soniquete dulce de la melancolía.
Hay sabores que me llevan a mi calle, colores que desmienten
a la ausencia y al olvido. Hay palabras que fundaron presencias y que me llevan
a certezas que no fueron vivencias, a verdades que no fueron más que un trozo
latente en la memoria emotiva de mis mayores.
Siempre que una alcaparra se revienta en mi boca, es mi abuela quien nombra su sabor desde su propia
voz que acude repitiendo su frase preferida para celebrar un estofado, por
ejemplo: Está muy bueno-decía-pero con una alcaparrita… Y dejaba suspendido el
diminutivo en la ternura que arrulla el recuerdo.
Hoy me lavé las manos y sentí el olor de mi madre, era un
jabón que no estuvo en mi infancia pero que sonaba en su voz y llenaba la casa
con este aroma empalagoso con el que la recuerdo extraña e inevitablemente: Palmolive-
lo nombraba con la fonética castellana de sus nueve letras y el olor se fue
quedando en mi como algo propio, conocido, común aunque no estaba.
Son más que palabras las palabras. Son presencias, aromas, sabores, son memoria
y su canción se estrena cada vez que la vida nos propone nombrarlas, convocarlas,
despertarlas, vivirlas.
jueves, 24 de octubre de 2013
CANCIÓN DE OTOÑO
el velo de la luna lo delata
el rumor de las hojas
la llovizna.
Ya noviembre convoca las ausencias
la huella del invierno
y el rojo entristecido de sus ocasos.
Yo lo espero leyéndome las manos
para encontrar las pistas del pasado
para saber si el nido aun es refugio
para saber si el nido aun es refugio
si volverán las garzas
a enarbolar su blancura en mis tardes.
Ya noviembre está aquí
censurando al otoño sus bondades
reclamando a la vida tanta fuga
santificando al muerto que murió
de muerte simple.
Es noviembre otra vez
lo dice el cielo
y lo exige mi voz con ganas de ser canto.
Ya se anuncia noviembre
y estoy donde hace un año
estoy
no soy el mismo
soy la garza y el nido
soy la fuga
soy la voz y el silencio
la llovizna
soy la luna, mis manos
soy la espera
domingo, 1 de septiembre de 2013
BIOGRAFÍA
Cuando aprendí a soñar no tenía alas
apenas unas pecas adornaban mi rostro
y un pájaro amarillo anidaba en mi alma
La calle no era calle pero tenía un nombre
La casa era un encaje que se encendía
según dictara el cielo sus azules.
El día que nombré con mi palabra el sueño
no calculé el abismo
ni entendí las distancias
no sabía de horizontes
sólo del trozo verde
por donde el río apareció para bañar
el trillo en que jugaba.
Para qué brújulas y mapas y astrolabios
si el corazón de un niño era bastante
para hacer lo imposible.
El pájaro se fue
dejó sus huevos solos en mi alma
y no supe qué hacer con tanta vida.
El río se secó cuando la lluvia abandonó mi calle
y la casa remendó la mágica maraña de su vejez
aparentando que iba mejor la vida,
entonces huí
empezaba el escozor de las alas.
El niño se salvó
ahora me mira y canta
me propone esta inocente fuga del azul
que el amarillo atrapa.
Ahora mis sueños viejos se llaman esperanzas
y convocan el canto de la lluvia
para que vuelvan el verde
el río
la casa
la ilusión
las primeras palabras.
sábado, 10 de agosto de 2013
VIAJERA
Arriba, el cielo abismo; abajo, el espejo del agua dibujaba
el infinito.
Un suspiro y la flor dejó la rama.
Sin alas fue imposible alcanzar altura y volando cayó en el
frágil cristal del agua.
En el agua no fue pájaro, la flor azul fue barca que la corriente meció y llevó quién sabe a qué horizontes.
En la flor vivían el pájaro y la barca: vivía el viaje
La flor azul anduvo su camino.
Pájaro o barca, daba igual, sólo importa vivir la
plenitud del sueño.
viernes, 26 de julio de 2013
MITADES
Cada mañana, mi padre se
levantaba diferente. Sólo mirando a sus ojos podía saber quién o qué se sentía.
Cuando despertaba mitad lluvia,
mitad sol; a mediodía era arcoíris.
Si al despertar era silencio y ruido, sería
música en la tarde.
Siempre distinto, pero siempre Él.
Yo prefería cuando amanecía árbol
y ala, en la noche sería nido para
acunarme y arrullarme.
Un día quitaron un trozo de su cuerpo
y arrancaron su virtud.
Se volvió ausencia y, poco a
poco, se fue para siempre.
Al marcharse, mi padre me dejó
sin arcoíris, sin música y sin nido.
martes, 2 de abril de 2013
EL "NOCUENTO" DEL CUENTO DE UNA NOCHE
Y el nudo no está en la garganta, ni en la memoria, ni en la
voz. El nudo sube y baja y a veces es un
lazo, otras es una hebra de hilo que busca la aguja perfecta para remendar los
recuerdos, zurcir los jirones que dejó la prisa en la memoria y poner luces en
los tramos oscuros que alejan a Meneses y a mi infancia de la Historia
Universal y los sumen en el ir y venir por los polvorientos caminos del olvido.
¿Qué son la infancia y el recuerdo?¿Qué es la ausencia?
Tenía cuatro años el día que, en harapos, pisé el escenario
de la Iglesia Presbiteriana de mi pueblo, la de La Seño, la maestra de maestros
de Meneses que castigaba con besos colorados a los chicos traviesos. Pareciera
imposible pero entonces había gente que defendían la fe y el hecho de no ser
aun pionero, me permitía ciertos deslices con las doctrinas.
Luego vino el olvido, la mentira, la prisa, la fuga de los
Reyes Magos, las ideas, la muerte y mil cosas que habré de contar el día que
encuentre las palabras - no sé si porque ya encontré las razones o siempre las
tuve demasiado calladas-
Era un viernes de marzo, los harapos estaban en el alma. Yo
llevaba mis únicos zapatos de salir (sigo teniendo esa manía), un pantalón
falso que a los ojos de los deslumbrados y a los ciegos, era de marca y una
camisa negra que me agencié en Buenos Aires por cortesía de Javier y que ahora
es imprescindible en mi escaso ropero de cuentero sin casa.
Era otra vez la Iglesia Presbiteriana, la nueva - la de
antaño se la llevó el olvido, el comején, la ignorancia-
Era el niño pecoso que recitaba poemas de Martí y que
cantaba. El niño que a medias cargo porque una parte se quedó esperando a que
mi calle volviera a ser un río.
Eran muchos ausentes (o demasiadas presencias) y las caras del barrio, los niños de mi
niñez, los amigos de mis padres que me contaban del pasado de mi pueblo. Eran
la muchacha que rezaba cuando estaba no sé si mal visto o prohibido y la que se
arreglaba las uñas mientras escuchaba a Serrat. Era la misma madre que repetía
los textos que tenía que aprenderme cuando aún no sabía leer, mi hermana con
miedo de mi miedo y su miedo de mirarme a los ojos para no romperse y romperme,
mi sobrina que no encuentra palabras para tanta ingenuidad, las vecinas, los
amigos, algún desconocido, parientes, amigos de los amigos de los amigos de los
amigos, hijos de los amigos de mis padres, los hijos de los niños de mi
generación de sueños y futuro y así hasta la infinitud de vínculos que generan
los pueblos pequeños como el mío. Eran miradas que se desprendían del rostro de
hoy para buscar los colores de antaño.
Es por eso que no tengo palabras, porque me miran todos
desde esa noche y no sé como decir que fui feliz, que soy feliz, que mi abuela
Nena tenía razón cuando me llamaba "privigeliao".
Y es que no hay privilegio más grande que volver a tu pueblo
a contar la historia que te inventas para salvarte de la prisa y del miedo; del
desarraigo y del olvido y que la gente
que conozca la verdad la asuma, la defienda y la escuche con la convicción de
que el recuerdo puede poner las cosas en su sitio
si se dice desde el más profundo respeto, desde la certeza que supone haber
vivido en el lugar adecuado y en el momento preciso.
Ahora no tengo palabras, tengo razones que no se pueden
nombrar porque se sustentan en la compleja raíz de los principios y en la
maravillosa esencia de las emociones.
domingo, 31 de marzo de 2013
PALABRA
El bisabuelo de mi tatarabuelo,
que no sabía escribir, le regaló a su hijo, el abuelo de mi tatarabuelo, una
palabra.
El padre de mi tatarabuelo, la
escuchó, la guardó en su memoria y cuando quiso regalarla a su hijo, sólo se
acordaba de la música que tenía la palabra; entonces susurró al oído de mi tatarabuelo
una palabra parecida.
Otra fue la palabra pero al fin
al cabo: una palabra.
Mi tatarabuelo hizo, más o menos,
lo mismo con mi bisabuela -no tuvo hijos varones-
Ella lo escuchó atentamente y la
preservó para regalársela a su hijo cuando supiera escuchar, nunca antes. Creció,
se hizo mujer y se fue, después de casada, con mi bisabuelo a otra tierra. Un
lugar con otra lengua, con otro acento.
Allí nació mi abuela y para que entendiera, mi bisabuela tradujo aquella
palabra al soniquete apenas diferente del idioma nuevo, el de su hija.
Mi abuela la aprendió y la dijo
en un susurro a mi padre cuando este tuvo edad para nombrar las cosas.
En la escuela -mi padre fue el
primero que aprendió a leer y a escribir- supo de dónde venía, qué significaba
e incluso aprendió la ortografía de la palabra.
Mi padre me la dio por escrito.
Yo la guardo a la vez que la
busco.
La leo y la releo de vez en
cuando. La repito en mi memoria.
Yo sigo tirando del hilo de la
voz de mi padre, de la voz de mi abuela y de todas las voces que no escuché y
que me dejaron por herencia una palabra, una sola palabra que no digo porque es
un secreto de familia.
Y busco y rebusco y oigo y
escucho, por una sencilla razón: encontrar la música primera de esta palabra
que define mi voz, que la sostiene.
lunes, 18 de febrero de 2013
DIFERENTE
La luna estaba presa en el
naranjo y la luna no era la luna, era él; pálido, asustado,
preso de un miedo sin nombre que
le nacía en el alma y lo inundaba entero, lo desbordaba, lo saturaba, le
definía.
El niño era luna y lluvia, era
frágil, delicado como una rama seca a pesar de su apariencia.
Sus ojos miraban a otro lado, no
al sitio al que debían mirar.
Sus ojos se asustaban de los ojos
ajenos que parecían descubrir su miedo, su verdad porque a veces la verdad es un
miedo-temblor que te esconde del mundo, del camino, de ti.
Al niño que se entendía con la
luna no le gustaban las muñecas de la hermana, ni el juego trepidante de los
primos en la calle de piedras por donde iba y venía su niñez de pueblo. Al niño
le gustaban el aguacero y cantar, los cristales que atrapaban la luz, los espejos, las
palabras, las conversaciones adultas, los libros, el olor del café, los grillos y las ranas, las
flores del naranjo, el nomeolvides, las fotos antiguas, los ríos, la caja de botones, las cartas.
El niño quería ser niño y ser
luna y ser grillo y ser flor, llovizna y canto, el niño quería ser cuento...
¿Cómo se puede ser si el miedo
impone su garra al temblor de la luna, si un niño es niño y sólo niño aunque le
sobren razones para ser un niño diferente?
sábado, 5 de enero de 2013
LA OREJA DEL ÁRBOL
Hoy me apetece un recuerdo y fue hermoso encontrar, aquel día de junio, que a un árbol del Jardín del Arte de Sullivan, en el DF, donde cada domingo viven los "Cuentos grandes para calcetines pequeños", le había brotado una oreja enorme.
Desde hace muchos años estuve bien plantado, en mi sitio. Fui refugio de pájaros e insectos, bajo mis ramas, sueñan sus casas los "sintecho" y percibo los trinos y los sueños, los miedos y las dudas.
Un día de domingo, hace ocho años, llegaron las palabras. Me gustaban los ojos de la gente, las risas, los gestos, las miradas. Algo bello intuía, pero no lo escuchaba. Fue cuando entendí que algo me faltaba: una oreja.
Parecía imposible, pero los cuenteros fueron inventando bajo mi sombra un mundo donde todo es posible. Bastó desearlo.
Puse bien firmes mis raíces y estiré al infinito mis ramas. Hace unos días, la sentí brotar. Pequeña, húmeda, aferrada a mi corteza como para quedarse siempre ¡Una oreja! Por fin tengo una oreja para escuchar los cuentos, las canciones, los aplausos, las risas.
Y hasta me cuentan chistecitos y chismes, sueños, dudas, males de amor, esperanzas, temores, deseos. Yo escucho y callo. Los guardo para mí porque soy muy discreto. Pero soy feliz porque por fin puedo guardar palabras para contarle al viento, a los pájaros, a los que llegan en las noches para buscar consuelo.
Dicen que los hombres y las mujeres, por supuesto, aprendieron del sonido del viento en mis ramas a nombrar las cosas y yo, que tengo el privilegio de estar bien plantado en mi sitio, he aprendido que dejarse llevar por los sueños es suficiente para que algo maravilloso sea posible. Yo aprendí de los humanos a escuchar y a alimentar con palabras mis raíces.
Desde hace muchos años estuve bien plantado, en mi sitio. Fui refugio de pájaros e insectos, bajo mis ramas, sueñan sus casas los "sintecho" y percibo los trinos y los sueños, los miedos y las dudas.
Un día de domingo, hace ocho años, llegaron las palabras. Me gustaban los ojos de la gente, las risas, los gestos, las miradas. Algo bello intuía, pero no lo escuchaba. Fue cuando entendí que algo me faltaba: una oreja.
Parecía imposible, pero los cuenteros fueron inventando bajo mi sombra un mundo donde todo es posible. Bastó desearlo.
Puse bien firmes mis raíces y estiré al infinito mis ramas. Hace unos días, la sentí brotar. Pequeña, húmeda, aferrada a mi corteza como para quedarse siempre ¡Una oreja! Por fin tengo una oreja para escuchar los cuentos, las canciones, los aplausos, las risas.
Y hasta me cuentan chistecitos y chismes, sueños, dudas, males de amor, esperanzas, temores, deseos. Yo escucho y callo. Los guardo para mí porque soy muy discreto. Pero soy feliz porque por fin puedo guardar palabras para contarle al viento, a los pájaros, a los que llegan en las noches para buscar consuelo.
Dicen que los hombres y las mujeres, por supuesto, aprendieron del sonido del viento en mis ramas a nombrar las cosas y yo, que tengo el privilegio de estar bien plantado en mi sitio, he aprendido que dejarse llevar por los sueños es suficiente para que algo maravilloso sea posible. Yo aprendí de los humanos a escuchar y a alimentar con palabras mis raíces.
viernes, 4 de enero de 2013
APRENDIZAJE
Hay dos frases que recuerdo de mi infancia
¡Enderézate! ¡Levanta los pies!
Enderezarme fue imposible, ya se sabe: árbol que nace
torcido...
La vida me retuerce y siento que me achica, pero enderezarme
lo que se dice enderezarme...
Sólo fijé, parece, lo de alzar los pies. Tanto ha sido la
alzada que no sé vivir sin esta constante sensación de fuga, sin esta mágica
vocación de veleta.
Torcido estoy pero aprendí a volar y es en el vuelo que el
destino impreciso se endereza.
sábado, 24 de noviembre de 2012
EL TIEMPO, EL AZUL, LAS ESPERANZAS
Hace veinticuatro o veinticinco años, en Moscú, escribía:
Yo me enamoro fácil
y me quedo
agarrado al azul e inventando el presagio
remendando las lunas de mi prisa
con las desnudas frases
que pariera el otoño de mi suerte.
Otoño hecho de frases
haciéndome sin prisas los desnudos
Yo presagio el azul
y al azul me aferro
y me enamoro fácil
y me quedo...
Hace menos de un mes, escribí en México:
Te quiero marinerito,
te quiero.
Marinerito moreno
marinero morenito
moreno mar marinero
echa tus barcos al mar;
ven a buscarme te quiero
marinero mar sonrisa
ola brisa marinero
ven a buscarme con prisa
ven a besarme que muero
por tu amor de viento y ala
por tus ojitos serenos
muero de amor marinero
marinerito moreno
te quiero
Hoy no escribo, no puedo. Reviso apuntes y descubro que no tengo remedio, que me ciega el azul, que me deslumbra; que no he cambiado en tantos años de ir y venir, de mi sueño a la vida, y aunque parezca absurdo, seguiré suspirando la hermosa desnudez de los otoños y dejando que el azul me atrape, aunque naufrague.
Hace muchos años (más de veinte) tuve la certeza de que la fuga del azul que el amarillo atrapa es la esperanza y habrá que seguir navegando, suspirando, amando...
lunes, 19 de noviembre de 2012
MELANCOLÍA Y CANCIÓN PARA UN DOMINGO
Aletea la tarde en un suspiro que no devuelve el horizonte
hambriento, la línea imperceptible que se traga su luz en naranja agonía.
Siempre fueron terribles los domingos de abandonar la casa y
el abrazo, pero hoy no estoy cansado y tengo sueño, un sueño que no es sueño y
es tristeza, una extraña melancolía cargada de recuerdos y optimismo, de
certezas y miedos.
El próximo domingo que muera ante mis ojos estaré resumiendo
estas andanzas por las fértiles tierras del oficio y los afectos, por tantas
casas nuevas donde escondí migajas del futuro, ese capricho-tiempo que no sé
dibujar con trazo firme pero que puedo oler, sentir, palpar como si no hubiese
otra opción que la de volver para afianzar los lazos que adornan estos últimos
meses de búsquedas y encuentros.
Caminos, casa; amigos, casa; palabras, casa; cuentos, casa;
recuerdos, casa; un amor, casa; miedos, casa; libros; casa y la esperanza, el
canto, los olores, la luz, el llanto, la mentira, la música, los besos, las
ausencias, las abuelas, los ojos, las miradas, la familia, los abrazos, las
orejas, las sensaciones, el paladar y las angustias, la ansiedad y los mimos,
el antaño, el ahora, los de hoy, los de siempre, los nuevos y los viejos,
refugios, arrullos, hermana, pueblo, patio, jardín y madre... CASA.
Una y mil casas me han nacido, con huertos, con hogueras,
con pucheros cantores que me arropan, calman mis hambres y nutren la ternura.
Una y mil casas tengo y ya no sé si vengo o si voy, si estoy
haciendo equilibrios o desequilibrios, sin construyo caminos o los borro para
poder volver sin el acoso del tiempo ineludible que, mientras amasa la
esperanza, te desordena el sueño, te agita, te detiene, te empuja, te acobarda,
te defiende, te humilla, te posee...
Ya se murió la tarde. El horizonte es nada cuando impera la
noche, la luz es sólo un espejismo que se somete al designio del tiempo
inevitable, que la preña de oscuridad y aurora.
A oscuras siento que hay un sólo camino y que es fácil
cargar lo que aprendí estos días de jugar a vivir, a salir de mi mismo y
reencontrarme niño sin otro artilugio que mis palabras y está fe en los amigos
y en la gente.
Una y mil casas llevo; algunas con cimientos a prueba de
temblores, otras de polvo y nube, otras de azúcar y de agua y de agua y sal, de
mar y de ola, otras de un sólo trazo, otras como el dibujo de un niño, otras
balcón o abismo pero todas cobijan y definen mis pasos y en todas hay ventanas
para mirar, paciente, el suspiro-aleteo de la tarde que el abismo del horizonte
se traga lentamente y aprender de la vida, mientras se muere el día en naranja
agonía, a construir mañanas, regresos, esperanzas.
jueves, 8 de noviembre de 2012
OTOÑO, CUENTOS, EL VERDE...LAS SEÑALES
Soleada la mañana. Amanezco con la ilusión preñada, primaveral
a pesar del otoño.
Contaré en un colegio y siempre contar para niños y niñas se
me hace un privilegio.
Vamos al Oriente del DF y la casualidad pinta la línea del
metro de color verde.
Primera señal: el camino de la esperanza enrumba hacia el
Oriente.
Erramos, viajamos hacia el Poniente, por suerte en el vagón
venden "alegrías grandes" a sólo cinco pesos, compramos, es buen
precio para algo tan valioso.
Cambiamos el camino y tropezamos con una pareja de novios
que comienza el día con un beso y una madre que juega con su niño en la
escalera del metro ¿Señales?
Descubrimos que el tren de la esperanza va muy lento, pero
va.
Llegamos, el sol insiste.
El colegio es también verde y, en el jardín, Ángel se
encuentra un enorme signo de interrogación de color verde ¿más señales?
Contamos, hasta las madres han venido a escuchar las
historias...
No sé, pero hay días en que vale la pena levantarse y creer
que todo es posible sólo porque el sol de otoño se atreve a jugar a las
primaveras, porque te encuentras con alguien; una maestra, por ejemplo, que
cree en lo que hace; niños y niñas, de barrio, que se agarran a las palabras
como a la libertad, al juego o a la fe, palabras grandes que a su edad son una misma cosa y porque
puedes recorrer a golpe de risas y canciones una ciudad extraña con una amiga
nueva que es como de toda la vida.
Sólo señales, simples señales, pero hay que leerlas,
vivirlas para seguir creyendo en la esperanza
miércoles, 3 de octubre de 2012
SABERES Y PRESENCIAS
Mi abuela no me explicó la ortografía del abrazo, me enseñó la ternura a fuerza de mimos.
Ella, la abuela, no sabía que letra faltaba o sobraba para que hola y ola fueran palabras distintas y en esencia y apariencia, casi una misma cosa.
Mi abuela nunca me leyó un cuento, me los contaba despacio y mirándome a los ojos o acariciándome el pelo porque mi abuela no sabía leer.
Yo aprendí a leer en alta voz y en voz baja y hasta en silencio; aprendí ortografía y muchas otras cosas, no todas, por suerte, para no perderme el valor de la sorpresa.
Siempre que leo y una frase me parece hermosa, resuenan las palabras en la voz de mi abuela.
Cuando escribo, algunas veces, olvido las reglas y las normas porque me salen las palabras como un canto.
Hay días sin abrazos, sin "holas" y sin olas, días que pisan la huella de la herida. Entonces, en esos días, la abuela está conmigo y es bálsamo y ternura, es palabra fecunda que, en su cantar, no cesa.
LA FOTOGRAFÍA ES DE JHOANA DANTE, EN SU TIERRA, EN URUGUAY, NUEVA PALMIRA
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