Nunca pedí a mi abuela que me explicara cómo escribir herida o cicatriz, le pedí bálsamos y ungüentos.
Mi abuela no me explicó la ortografía del abrazo, me enseñó la ternura a fuerza de mimos.
Ella, la abuela, no sabía que letra faltaba o sobraba para que hola y ola fueran palabras distintas y en esencia y apariencia, casi una misma cosa.
Mi abuela nunca me leyó un cuento, me los contaba despacio y mirándome a los ojos o acariciándome el pelo porque mi abuela no sabía leer.
Yo aprendí a leer en alta voz y en voz baja y hasta en silencio; aprendí ortografía y muchas otras cosas, no todas, por suerte, para no perderme el valor de la sorpresa.
Siempre que leo y una frase me parece hermosa, resuenan las palabras en la voz de mi abuela.
Cuando escribo, algunas veces, olvido las reglas y las normas porque me salen las palabras como un canto.
Hay días sin abrazos, sin "holas" y sin olas, días que pisan la huella de la herida. Entonces, en esos días, la abuela está conmigo y es bálsamo y ternura, es palabra fecunda que, en su cantar, no cesa.
LA FOTOGRAFÍA ES DE JHOANA DANTE, EN SU TIERRA, EN URUGUAY, NUEVA PALMIRA
miércoles, 3 de octubre de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Y asi es la magia de las abuelas... Gracias amigo por hacerme recordar a mi abuela, tan parecida a la tuya desde el afecto, las palabras, las caricias... Como siempre un placer leerte!!!
Aldo qué de vueltas damos, pero qué benigno es el recuerdo salvándonos a las abuelas y a los cuentos
Publicar un comentario