Me disponía a salir y me vino a la mente esta canción de Pablo Milanés, buecándola, descubrí en subtítulo "Canción de cuna para una niña grande" y me han venido a la mente todas las nanas que me cantaron, las que canté y las más dulces que consolaron mi soledad y mis dudas y hasta mis desamores.
Para todos y todas los que me arroparon y me consolaron alguna vez con sus susurros dulces, estos apuntes para un poema que será canción de un disco de nanas y rondas, un sueño que amaso lentamente, como los buenos sueños se amasan:
Encajitos de espuma
Tejen las olas
Para arropar el sueño
A las caracolas
Y para acurrucarlas
En su regazo
La playa tibia
Abre sus brazos
Un sueño marinero
De sal y arena
Una nana turquesa
Quita las penas
Azules olas
Mecen cantando
Un arrullo salado
Que va pintando
Maravillas de nácar
Que en sus destellos
Regalan a la playa
Suspiros, sueños
Un sueño marinero
De sal y arena
Una nana turquesa
Quita las penas
Un abrazo salado
De sal y espuma
La blanda arena
Se vuelve cuna
Y se duermen soñando
Las caracolas
En el vaivén celeste
Que hacen las olas
Un sueño marinero
De sal y arena
Una nana turquesa
Quita las penas
martes, 31 de mayo de 2011
192 años y un poema imprescindible
Un día como hoy de 1819 (me recuerdo redactando notas para Radio Enciclopedia, en La Habana) nació Walt Whitman y me viene un poema imprescindible de Federico García Lorca.
ODA A WALT WHITMAN
Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.
Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.
Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.
Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.
Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.
Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?
Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.
Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.
¡También ese! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.
¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.
Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.
Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.
Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Ápios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.
¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.
Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.
Y ya, de paso y porque me gusta , uno de Norge Espinosa, poeta y dramaturgo cubano, por aquello de rizar el rizo y porque el azar me lo trajo hace unos días mientras hurgaba en la páginas de La Jiribilla y de donde lo he copiado tal cual.
(Fue un decubrimiento maravilloso hace muchos años, casi 20, recién llegado de Moscú con problemas ideológicos y en una librería de Santa Clara)
VESTIDO DE NOVIANorge Espinosa
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt
(Whitman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste
(de novia
en la oscuridad del ropero.
Lorca
Con qué espejos
con qué ojos
va a mirarse este muchacho de manos azules.
Con qué sombrilla va a atreverse a cruzar
(el aguacero
y la senda del barco hacia la luna.
Cómo va a poder
Cómo va a poder así vestido de novia
si vacío de senos está su corazón si no tiene
(las uñas pintadas
si tiene sólo un abanico de libélulas.
Cómo va a poder abrir la puerta sin afectación
para saludar a la amiga que le esperó bajo
(el almendro
sin saber que el almendro raptó a su amiga le
(dejó solo.
Ay adónde va a ir así este muchacho
que se sienta a llorar entre las niñas que se
(confunde
adónde podrá ir así tan rubio y azul tan
(pálido
a contar los pájaros a pedir citas en teléfonos
(descompuestos
si tiene sólo una mitad de sí la otra mitad
(pertenece a la madre.
De quién a quién habrá robado ese gesto
(esa veleidad
esos párpados amarillos esa voz que alguna
(vez fue de las sirenas.
Quién
le va a apagar la luz bajo la cama y le pintará
(los senos conque sueña
quién le pintará las alas a este mal ángel
(hecho para las burlas
si a sus alas las condenó el viento y gimen
quién quién le va a desvestir sobre qué
(hierba o pañuelo
para abofetearle el vientre para escupirle
(las piernas
a este muchacho de cabello crecido así vestido
(de novia.
Con qué espejos
con qué ojos
va a retocarse las pupilas este muchacho que
(alguna vez quiso llamarse Alicia
que se justifica y echa la culpa a las estrellas.
Con qué estrellas con qué astros podrá mañana
(adornarse los muslos
con qué alfileres se los va a sostener
con qué pluma va a escribir su confesión ay
(este muchacho
vestido de novia en la oscuridad es amargo y
(no quiere salir no se atreve
no sabe a cuál de sus musgos escapó la
(confianza
no sabe quién le acariciará desde algún otro
(parque
quién le va a dar un nombre
con el que pueda venir y acallar a las palomas
matarlas así que paguen sus insultos.
Con qué espejos con qué ojos
va a poder asustarse de sí mismo este muchacho
que no ha querido aprender ni un sólo silbido
(para las estudiantes
las estudiantes que ríen él no puede matarlas
así vestido de novia amordazado por los
(grillos
siempre del otro lado del puente siempre del
(otro lado del aguacero
siempre en un teléfono equivocado
no sabe el número tampoco él lo sabe.
Está perdido en un encaje y no tiene tijeras
así vestido de novia como en un pacto hacia
(el amanecer.
Con qué espejos
con qué ojos.
ODA A WALT WHITMAN
Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.
Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.
Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.
Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.
Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.
Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?
Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.
Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.
¡También ese! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.
¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.
Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.
Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.
Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Ápios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.
¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.
Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.
Y ya, de paso y porque me gusta , uno de Norge Espinosa, poeta y dramaturgo cubano, por aquello de rizar el rizo y porque el azar me lo trajo hace unos días mientras hurgaba en la páginas de La Jiribilla y de donde lo he copiado tal cual.
(Fue un decubrimiento maravilloso hace muchos años, casi 20, recién llegado de Moscú con problemas ideológicos y en una librería de Santa Clara)
VESTIDO DE NOVIANorge Espinosa
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt
(Whitman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste
(de novia
en la oscuridad del ropero.
Lorca
Con qué espejos
con qué ojos
va a mirarse este muchacho de manos azules.
Con qué sombrilla va a atreverse a cruzar
(el aguacero
y la senda del barco hacia la luna.
Cómo va a poder
Cómo va a poder así vestido de novia
si vacío de senos está su corazón si no tiene
(las uñas pintadas
si tiene sólo un abanico de libélulas.
Cómo va a poder abrir la puerta sin afectación
para saludar a la amiga que le esperó bajo
(el almendro
sin saber que el almendro raptó a su amiga le
(dejó solo.
Ay adónde va a ir así este muchacho
que se sienta a llorar entre las niñas que se
(confunde
adónde podrá ir así tan rubio y azul tan
(pálido
a contar los pájaros a pedir citas en teléfonos
(descompuestos
si tiene sólo una mitad de sí la otra mitad
(pertenece a la madre.
De quién a quién habrá robado ese gesto
(esa veleidad
esos párpados amarillos esa voz que alguna
(vez fue de las sirenas.
Quién
le va a apagar la luz bajo la cama y le pintará
(los senos conque sueña
quién le pintará las alas a este mal ángel
(hecho para las burlas
si a sus alas las condenó el viento y gimen
quién quién le va a desvestir sobre qué
(hierba o pañuelo
para abofetearle el vientre para escupirle
(las piernas
a este muchacho de cabello crecido así vestido
(de novia.
Con qué espejos
con qué ojos
va a retocarse las pupilas este muchacho que
(alguna vez quiso llamarse Alicia
que se justifica y echa la culpa a las estrellas.
Con qué estrellas con qué astros podrá mañana
(adornarse los muslos
con qué alfileres se los va a sostener
con qué pluma va a escribir su confesión ay
(este muchacho
vestido de novia en la oscuridad es amargo y
(no quiere salir no se atreve
no sabe a cuál de sus musgos escapó la
(confianza
no sabe quién le acariciará desde algún otro
(parque
quién le va a dar un nombre
con el que pueda venir y acallar a las palomas
matarlas así que paguen sus insultos.
Con qué espejos con qué ojos
va a poder asustarse de sí mismo este muchacho
que no ha querido aprender ni un sólo silbido
(para las estudiantes
las estudiantes que ríen él no puede matarlas
así vestido de novia amordazado por los
(grillos
siempre del otro lado del puente siempre del
(otro lado del aguacero
siempre en un teléfono equivocado
no sabe el número tampoco él lo sabe.
Está perdido en un encaje y no tiene tijeras
así vestido de novia como en un pacto hacia
(el amanecer.
Con qué espejos
con qué ojos.
Estrasburgo me atrapa ¿Me atrapa o me seduce?
Hace una semana estaba como el inocente que asiste a la mañana de los Reyes Magos. Ante mí un billete, una ciudad que me enamora y el deseo de un reencuentro largamente acariciado (entiéndase por largo un mes, a veces exagero por oficio) con personas con las que comparto esas dimensiones humanas que son los sueños y la nostalgia.
Razones tenía suficientes para volver con la misma intención con la que vuelven las cigüeñas (no es tiempo para hacer elogio a las gaviotas) había espacio para anidar, para tejer y destejer ese complicado marasmo de afectos que el más modesto y auténtico de los festivales de cuentos que conozco, había inventado en una semana en que la palabra fue sólo pretexto, un humano y hermoso pretexto.
Volví con ganas de quedarme y hasta con la "macacrabra" idea de aburrirme o decepcionarme de la ciudad y de la gente de otros lares que la habita y la hace parienta de los lugares que dejaron del otro lado del mar; apenas abrí la puerta de casa corrí a buscar un billete para que no se me pasara la euforia, para que no languidecieran las ganas porque tenía ganas muchas ganas de constatar verdades fuera del laboratorio mágico y engatusador que resulta un Festival, sea de lo que sea.
Volví y he estado casi una semana amasando estas palabras, rumiando estos afectos que dedico a la Casa de América Latina en Estrasburgo y a su gente.
No quería regresar con las manos vacías y propuse a Ligia ( que ya es mía gracias a su balcón, a su sinceridad, su alma y al camarada Jameson que no defraudó y se mantuvo fiel a sus principios) contar y cocinar (dos de mis vicios confesables) y ella que tiene vocación de camino lo aceptó y me ofreció la cocina y el corazón para guisar a fuego lento un cubanísimo ajiaco y un afrocubano quimbombó (okra) con la receta de mi madre y con mis desvaríos de gordo tranculturizado y de paladar mestizo. Entre plato y plato, cuentos y al final, de postre, mi primer flan gigante de leche condensada, el mismo que se cocinaba antaño y que es ahora nostalgia en las cocinas de mi país sin leche condensada y con escasos huevos (de gallina, aclaro)
Lo disfruté y creo que los asistentes también gozaron mi disfrute y entonces constaté que el hombre tiene dos hambres en cualquier latitud y que si a esas ganas o necesidades se le suman las ganas de nutrir que heredé de mi madre y de mi abuelo, entonces la combinación (modestia, apártate) es más que fructífera.
Gracias a la Maison por cobijar mis sueños, gracias a los amigos por curar mis tristezas, gracias a Ligia por permitirme entrar en su casa y en su vida. Gracias, que es una palabra muy simple y que por ello nadie como ella dice lo que dice.
No sé si lo he dicho bien, pero lo he dicho de verdad, con sincero gozo y con la punzadita de envidia que me produjo dejar a Ligia y a Amalia Lú Posso Figueroa en perfecta comunión con una tarde tormentosa de martes y la fiel compañía del camarada Jameson.
Aquí estoy, siempre dispuesto a volver y es una amenaza...
¿Cómo lo hacemos?
PD. la foto es de Mariana Otero, una colombiana más dulce que la panela
lunes, 30 de mayo de 2011
DE LOS "RECUERDOS DE MI ÚNICA CASA"
LAS LLAVES DEL CIELO
¿De dónde sacaron aquel nombre tan raro de mi abuelo? Tan raro era que mi madre y sus hermanos no supieron llamarlo por su nombre. De ahí que nosotros heredáramos la costumbre de llamarlo “papá”. Así, sencillamente así. Pero el asunto no era tan sencillo, porque decir “papá” era callar el grito, espantar el miedo, asustar el regaño y si decías “papá”, antes o después de pedir permiso, cualquier punto del horizonte era buen camino.
Estoy seguro de que mi abuelo tenía las llaves del cielo y que algo de leyenda marcaba su vida. Porque eso de que él no dijera mentiras y que en mi pueblo se tejieran las historias que se tejían acerca de su barba, donde mis primos y yo solíamos tejer desde un columpio hasta una enredadera repletica de flores, era demasiado raro.
Y es que ese abuelo nos vino a todos como mandado a hacer: hablaba bajo, no se peleaba nunca, sabía de muchas cosas -sobre todo de consuelos- y, cuando regresaba en su caballo, por los ojos alucinados de la bestia sabíamos que venía de alguno de esos sitios que ni sabios, ni poetas, han logrado encontrar en sus inventos y en sus sueños.
En las alforjas de su montura había de todo: guayabas, ciruelas, lagartijas, pedacitos de caña, fotos de la familia, gatos recién nacidos y panes de gloria; eso por sólo mencionar algo. Miren si guardaba cosas en las alforjas que un día, según el más mentiroso de mis primos, papá llegó de Caibarién y traía en las bolsas de su montura un helado para cada uno. Ese día, cosa rara, nadie lo estaba esperando y papá se puso tan triste que mi primo tuvo que dejar su tarea de domar avispas y comerse uno a uno los helados para que el abuelo sonriera.
Le creí a medias, pues papá tenía un sentido de la justicia que una pomarrosa chiquitica alcanzaba para todos y eso que, además de nosotros que éramos diez, siempre había cuarenta o cincuenta muchachos rondando la casa. Para todos había; mientras más chico, más rendía. Porque entonces papá te miraba a los ojos de un modo que el frutal entero se metía entre la dulzura de su mirada y el pedazo de la fruta que apenas se veía en tu mano.
Confieso que fui el más preguntón de todos, por eso sé otras cosas que no digo; pero papá me confesaba sus caminos con sólo una caricia. Estaba seguro de que, muy a su pesar, yo nunca correría a caballo y conservaría intacta la memoria, o al menos más clara que la suya, a él, por momentos, la brisa del galope le enredó las ideas.
De mi abuelo se dicen muchas cosas, tantas que hay días en que un caballo relincha y pronuncia su nombre, una vieja suspira y es su nombre , un niño ríe y es su nombre y el llanto, y la certeza y el café…Todo es su nombre , su nombre raro y su apellido largo. Esas palabras que se me han vuelto viejas y que son la honradez y la decencia.
El recuerdo es demasiado frágil, la vida corre más aprisa que su caballo blanco… Papá está demorando mucho su regreso.
¿De dónde sacaron aquel nombre tan raro de mi abuelo? Tan raro era que mi madre y sus hermanos no supieron llamarlo por su nombre. De ahí que nosotros heredáramos la costumbre de llamarlo “papá”. Así, sencillamente así. Pero el asunto no era tan sencillo, porque decir “papá” era callar el grito, espantar el miedo, asustar el regaño y si decías “papá”, antes o después de pedir permiso, cualquier punto del horizonte era buen camino.
Estoy seguro de que mi abuelo tenía las llaves del cielo y que algo de leyenda marcaba su vida. Porque eso de que él no dijera mentiras y que en mi pueblo se tejieran las historias que se tejían acerca de su barba, donde mis primos y yo solíamos tejer desde un columpio hasta una enredadera repletica de flores, era demasiado raro.
Y es que ese abuelo nos vino a todos como mandado a hacer: hablaba bajo, no se peleaba nunca, sabía de muchas cosas -sobre todo de consuelos- y, cuando regresaba en su caballo, por los ojos alucinados de la bestia sabíamos que venía de alguno de esos sitios que ni sabios, ni poetas, han logrado encontrar en sus inventos y en sus sueños.
En las alforjas de su montura había de todo: guayabas, ciruelas, lagartijas, pedacitos de caña, fotos de la familia, gatos recién nacidos y panes de gloria; eso por sólo mencionar algo. Miren si guardaba cosas en las alforjas que un día, según el más mentiroso de mis primos, papá llegó de Caibarién y traía en las bolsas de su montura un helado para cada uno. Ese día, cosa rara, nadie lo estaba esperando y papá se puso tan triste que mi primo tuvo que dejar su tarea de domar avispas y comerse uno a uno los helados para que el abuelo sonriera.
Le creí a medias, pues papá tenía un sentido de la justicia que una pomarrosa chiquitica alcanzaba para todos y eso que, además de nosotros que éramos diez, siempre había cuarenta o cincuenta muchachos rondando la casa. Para todos había; mientras más chico, más rendía. Porque entonces papá te miraba a los ojos de un modo que el frutal entero se metía entre la dulzura de su mirada y el pedazo de la fruta que apenas se veía en tu mano.
Confieso que fui el más preguntón de todos, por eso sé otras cosas que no digo; pero papá me confesaba sus caminos con sólo una caricia. Estaba seguro de que, muy a su pesar, yo nunca correría a caballo y conservaría intacta la memoria, o al menos más clara que la suya, a él, por momentos, la brisa del galope le enredó las ideas.
De mi abuelo se dicen muchas cosas, tantas que hay días en que un caballo relincha y pronuncia su nombre, una vieja suspira y es su nombre , un niño ríe y es su nombre y el llanto, y la certeza y el café…Todo es su nombre , su nombre raro y su apellido largo. Esas palabras que se me han vuelto viejas y que son la honradez y la decencia.
El recuerdo es demasiado frágil, la vida corre más aprisa que su caballo blanco… Papá está demorando mucho su regreso.
REGUEROS
Parece que la vida convulsiona, la vida total y el trozo que me toca.
¿Cuánto puede guardar una maleta?
¿De todo lo que guarda que es lo que verdaderamente ha valido la pena apretujar para que luego te mire compasivo y a la vez exigíendote razones para justificar el olvido?
Hoy deshago las rinconeras de mi casa y es como si escudriñara los guacales del alma.
Cada detalle, cada olor, cada prenda usada tiene una historia truncada por el paso de las estaciones y por mi paso atolondrado por el tiempo que me habita y despilfarro viviéndolo (linda manera de despilfarrar)
Hace días que me rondaban las ganas de decir y mira por donde, cambiar de sitio las cosas de casa te hace pensar en tanto camino trillado a fuerza de costumbres o de miedos, que al final son una misma cosa, en tanto se protegen, se defienden, se amparan.
Afuera el sol enciende rostros y ventanas, dentro de mí algo languidece en positivo, aunque parezca extraño. y me propone un vuelo a la raíz, un fuego nuevo, luminoso o caliente, pero llama que combustione y en su ardor renueve, funde.
Seguiré organizando los cajones puede que así se aclaren las ideas de este tiempo que demanda revoluciones a pesar de las prisas, el miedo y la sordera.
domingo, 8 de mayo de 2011
PARA OIRTE MEJOR
¿Qué cuenta la música de cámara? Esa fue la pregunta que desató lo que hoy ha sido una mágica mañana de domingo en Toledo.
Yo no canto, cuento; no soy músico, "palabreo" que es otra manera de despertar a la oreja, lugar por el que la palabra y la música se van haciendo un sitio y anidan o despiertan inquietudes, emociones, preguntas y silencios.
La propuesta me llegó de la mano de Hernán Milla, pianista y con el beneplácito de uno de los cubanos ilustres de mi lista de cubanos cercanos y entrañables, Carlos Cano Escribá, flautista del Trío Cervantes y que hoy para mi confianza y seguridad, sustituía a Rosa Sanz, de gira por Rumanía y que junto a David Olivares y el propio Hernán Milla, conforman Ilma Ensemble
Yo tenía que poner voz y palabras a un concierto didáctico.
Las certezas se construyeron en la ilusión de hacer algo nuevo, diferente y compartir con músicos llenos de tantas inquietudes como talento.
Me atreví y hoy asistí (asistimos) a un juego maravilloso de afectos, música y palabras. Este domingo fue especial, distinto, entrañable.
Constaté que hay otra didáctica: la de los afectos, la de compartir el placer de aprender a compartir, a jugar, a escuchar, a estar, en familia, en otros espacios en los que la norma se construye gracias al disfrute y por eso es flexible y es de todos.
Imagino que algún día alguien colgará un vídeo, una foto, un recuerdo y tengo la esperanza de que alguno de los asistentes cuelgue un comentario que de fe de lo que supuso esta sonora y luminosa mañana de domingo, en la que la música de cámara contó con voz propia y una voz prestada que hay mucho por hacer, que todo lo que se hace sin otra aspiración que la de compartir afectos, tiene en los humanos el mágico efecto del gozo y el disfrute (esas caras amables de la libertad).
Palabras, melodías; frases, en definitiva, y el placer de jugar, convencidos de que en la didáctica del juego, la espontaneidad es preponderante y desde la espontaneidad, conmover, convencer, animar, regalarnos ese placer común a cuenteros y músicos que nos otorgan la oreja y el que escucha y escuchando, aprende y nos enseña.
Gracias por contar conmigo.
Yo no canto, cuento; no soy músico, "palabreo" que es otra manera de despertar a la oreja, lugar por el que la palabra y la música se van haciendo un sitio y anidan o despiertan inquietudes, emociones, preguntas y silencios.
La propuesta me llegó de la mano de Hernán Milla, pianista y con el beneplácito de uno de los cubanos ilustres de mi lista de cubanos cercanos y entrañables, Carlos Cano Escribá, flautista del Trío Cervantes y que hoy para mi confianza y seguridad, sustituía a Rosa Sanz, de gira por Rumanía y que junto a David Olivares y el propio Hernán Milla, conforman Ilma Ensemble
Yo tenía que poner voz y palabras a un concierto didáctico.
Las certezas se construyeron en la ilusión de hacer algo nuevo, diferente y compartir con músicos llenos de tantas inquietudes como talento.
Me atreví y hoy asistí (asistimos) a un juego maravilloso de afectos, música y palabras. Este domingo fue especial, distinto, entrañable.
Constaté que hay otra didáctica: la de los afectos, la de compartir el placer de aprender a compartir, a jugar, a escuchar, a estar, en familia, en otros espacios en los que la norma se construye gracias al disfrute y por eso es flexible y es de todos.
Imagino que algún día alguien colgará un vídeo, una foto, un recuerdo y tengo la esperanza de que alguno de los asistentes cuelgue un comentario que de fe de lo que supuso esta sonora y luminosa mañana de domingo, en la que la música de cámara contó con voz propia y una voz prestada que hay mucho por hacer, que todo lo que se hace sin otra aspiración que la de compartir afectos, tiene en los humanos el mágico efecto del gozo y el disfrute (esas caras amables de la libertad).
Palabras, melodías; frases, en definitiva, y el placer de jugar, convencidos de que en la didáctica del juego, la espontaneidad es preponderante y desde la espontaneidad, conmover, convencer, animar, regalarnos ese placer común a cuenteros y músicos que nos otorgan la oreja y el que escucha y escuchando, aprende y nos enseña.
Gracias por contar conmigo.
lunes, 2 de mayo de 2011
LA TRADICIÓN ORAL ¿VALOR EN ALZA?
A dónde va lo común, lo de todos los días…
Silvio Rodríguez
Si miro atrás, a la raíz de mi conciencia lectora, surgen dos títulos que en su tiempo antólogo Herminio Almendros, maestro español (machego, de Almansa), y que tituló “Había una vez” y “Oros viejos”. Descubro entonces, en ese primer recuerdo que la mayoría de las historias que conformaban el libro tenían su raíz en cuentos populares y tradicionales.
Quizás fue una suerte asimilar el legado de algunas culturas orales como una “especie” de literatura porque, lógicamente esos cuentos habían pasado por una “depuración” estilística para responder a las demandas de las nuevas estructuras sociales que, lógicamente generan nuevos conceptos y nuevas visiones del universo.
O tal vez fue ese el error en que creció mi generación, en el desdeño de lo Oral por cuanto representaba la pertenencia a un pasado del que nos habíamos sacudido y que, supuestamente, íbamos camino de superar.
No sé si estaba predestinado a vivir del cuento, aunque viniendo de una familia de habladores todo era posible, pero fueron, casualmente dos historias literarias las que despertaron en mí las ganas de contar “La serpiente y su cola”, Onelio Jorge Cardoso (Cuba) y “La historia de un caballo que era bien bonito”, de Aquiles Nazoa (Venezuela), pero el devenir de mi oficio por una intuición no concienciada, no asumida del todo, ha querido llevarme por el maravilloso camino de la Tradición Oral.
Mientras intentaba esta reflexión llegan a mí unas palabras de Antonio Rodríguez Almodóvar:
"Los cuentos tradicionales siempre han tenido en cuenta esta delicada fase de la formación del pensamiento y, en general, del psiquismo infantil. Por eso contienen una significación simbólica que no aparece en primera lectura; para que la propia mente, en su desarrollo, se haga con el sentido. De ahí que los auténticos cuentos tradicionales tampoco posean mensajes explícitos –moralejas-, que son propios de la cultura ideológica, o doctrinal. Aquellas cualidades son más profundas y más rica en las versiones de la tradición oral o popular".
Y entonces lo veo claro, lo cuentos de tradición oral cuentan lo que somos y es, gracias a su aparente simpleza, que se te cuelan en el imaginario, porque desde este llegan, en este se reinventan, se “conservan” y ese, es su valor más auténtico.
De un tiempo a esta parte ha habido una avalancha de publicaciones que intentan recoger la “memoria oral” de muchas culturas, no sé si para potenciar el valor de las mismas o para “hacer caja” de la necesidad de muchos ámbitos de abrirse a la pluralidad del mundo.
Hemos visto de “casi” todo, hasta extremistas interpretaciones que relegan a un segundo plano e incluso al olvido, el auténtico valor de estas narraciones que gracias a los libros se han hecho tangibles.
Pero ¿Dónde estriba el valor del cuento popular y de otros elementos de la tradición oral? ¿Por qué constituyen una herramienta?
Muchas veces los valores de los cuentos de tradición oral no se manifiestan abiertamente, si sólo buscamos desde el reducido prisma de lo explícito. Y es que los valores, nacen del ejercicio cotidiano y humano de entender la realidad, reinventarla, comentarla, asumirla, reconstruirla desde los valores heredados o desde los valores en construcción (los valores son procesos). Las visiones reduccionistas de los valores nos hacen, muchas veces, menospreciar, despreciar o trasformar erróneamente aquello en lo que se sustenta la esencia y el valor de estas creaciones.
En la Tradición Oral todo se reviste de una aparente simpleza que no siempre asusta, que no hiere e incluso nos sorprendemos riendo de afirmaciones, aseveraciones y juicios que en otros contextos rechazaríamos abiertamente.
El cuento popular, de tradición oral cuenta lo que somos, lo que pensamos porque va desvelando de dónde venimos y de dónde vienen algunos de los principios, normas y valores que arman nuestro imaginario individual.
De ahí que no sea prudente versionar por versionar, recontextualizar por modernizar, lo propio sería considerarlo una entidad viva y que sean, ámbito, interlocutores, circunstancias las que atribuyan, en el proceso, un nuevo valor al texto.
La fundamental riqueza del cuento estriba en que se arma desde la subjetividad por lo que, al desatarse el proceso de COMUNICACIÓN, se activan en el oyente sus capacidades de análisis y asimilación de lo que se cuenta a veces de manera conciente, otras inconcientemente. El bagaje de la tradición oral radica en su valor patrimonial, en su capacidad de nombrar lo cotidiano con los recursos propios de la cotidianeidad.
No hay que complicarlo, ni juzgarlo, hay que disfrutarlo como algo propio y permitir la libertad de que sus múltiples enseñanzas se armen en comunión con los saberes del que cuenta, del que escucha, del que asume la historia como un ente vivo, con rasgos de identidad que de alguna manera nos desvelan la identidad propia.
Entonces, nacerá (más allá de tópicos) la condición de herramienta para incidir en determinados procesos y favorecer la creación de auténticos espacios de comunicación afectiva que, ajenos a las doctrinas, nos permitan contar y contando construir los que somos.
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