jueves, 24 de octubre de 2013

CANCIÓN DE OTOÑO














Ya se anuncia noviembre
el velo de la luna lo delata
el rumor de las hojas
la llovizna.

Ya noviembre convoca las ausencias
la huella del invierno
y el rojo entristecido de sus ocasos.

Yo lo espero leyéndome las manos
para encontrar las pistas del pasado
para saber si el nido aun es refugio
si volverán las garzas
a enarbolar su blancura en mis tardes.

Ya noviembre está aquí
censurando al otoño sus bondades
reclamando a la vida tanta fuga
santificando al muerto que murió
de muerte simple.

Es noviembre otra vez
lo dice el cielo
y lo exige mi voz con ganas de ser canto.

Ya se anuncia noviembre
y estoy donde hace un año
estoy
no soy el mismo
soy la garza y el nido
soy la fuga
soy la voz y el silencio
la llovizna
soy la luna, mis manos

soy la espera

domingo, 1 de septiembre de 2013

BIOGRAFÍA

Cuando aprendí a soñar no tenía alas
apenas unas pecas adornaban mi rostro
y un pájaro amarillo anidaba en mi alma
La calle no era calle pero tenía un nombre
La casa era un encaje que se encendía
según dictara el cielo sus azules.

El día que nombré con mi palabra el sueño
no calculé el abismo
ni entendí las distancias
no sabía de horizontes
sólo del trozo verde
por donde el río apareció para bañar
el trillo en que jugaba.

Para qué brújulas y mapas y astrolabios
si el corazón de un niño era bastante
para hacer lo imposible.

El pájaro se fue
dejó sus huevos solos en mi alma
y no supe qué hacer con tanta vida.
El río se secó cuando la lluvia abandonó mi calle
y la casa remendó la mágica maraña de su vejez
aparentando que iba mejor la vida,
entonces huí
empezaba el escozor de las alas.

El niño se salvó
ahora me mira y canta
me propone esta inocente fuga del azul
que el amarillo atrapa.

Ahora mis sueños viejos se llaman esperanzas
y convocan el canto de la lluvia
para que vuelvan el verde
el río
la casa
la ilusión

las primeras palabras.

sábado, 10 de agosto de 2013

VIAJERA

La flor azul vio al pájaro y soñó el vuelo.
Arriba, el cielo abismo; abajo, el espejo del agua dibujaba el infinito.
Un suspiro y la flor dejó la rama.
Sin alas fue imposible alcanzar altura y volando cayó en el frágil cristal del agua.
En el agua no fue pájaro, la flor azul fue barca  que la corriente meció  y llevó quién sabe a qué horizontes.

En la flor vivían el pájaro y la barca: vivía el viaje
La flor azul anduvo su camino.

Pájaro o barca, daba igual, sólo importa vivir la plenitud  del sueño.

viernes, 26 de julio de 2013

MITADES


 
Cada mañana, mi padre se levantaba diferente. Sólo mirando a sus ojos podía saber quién o qué se sentía.
Cuando despertaba mitad lluvia, mitad sol; a mediodía era arcoíris.
Si  al despertar era silencio y ruido, sería música en la tarde.
Siempre distinto,  pero siempre Él.
Yo prefería cuando amanecía árbol y ala, en la noche  sería nido para acunarme y arrullarme.
Un día quitaron un trozo de su cuerpo y arrancaron su virtud.
Se volvió ausencia y, poco a poco, se fue para siempre.

Al marcharse, mi padre me dejó sin arcoíris, sin música y sin nido.







martes, 2 de abril de 2013

EL "NOCUENTO" DEL CUENTO DE UNA NOCHE


Quiero contar el cuento de una noche en que conté en mi pueblo y no tengo palabras.
Quiero contar con las frases precisas lo que sentí, lo que viví y un nudo no me deja.
Y el nudo no está en la garganta, ni en la memoria, ni en la voz.  El nudo sube y baja y a veces es un lazo, otras es una hebra de hilo que busca la aguja perfecta para remendar los recuerdos, zurcir los jirones que dejó la prisa en la memoria y poner luces en los tramos oscuros que alejan a Meneses y a mi infancia de la Historia Universal y los sumen en el ir y venir por los polvorientos caminos del olvido.
¿Qué son la infancia y el recuerdo?¿Qué es la ausencia?
Tenía cuatro años el día que, en harapos, pisé el escenario de la Iglesia Presbiteriana de mi pueblo, la de La Seño, la maestra de maestros de Meneses que castigaba con besos colorados a los chicos traviesos. Pareciera imposible pero entonces había gente que defendían la fe y el hecho de no ser aun pionero, me permitía ciertos deslices con las doctrinas.
Luego vino el olvido, la mentira, la prisa, la fuga de los Reyes Magos, las ideas, la muerte y mil cosas que habré de contar el día que encuentre las palabras - no sé si porque ya encontré las razones o siempre las tuve demasiado calladas-

Era un viernes de marzo, los harapos estaban en el alma. Yo llevaba mis únicos zapatos de salir (sigo teniendo esa manía), un pantalón falso que a los ojos de los deslumbrados y a los ciegos, era de marca y una camisa negra que me agencié en Buenos Aires por cortesía de Javier y que ahora es imprescindible en mi escaso ropero de cuentero sin casa.
Era otra vez la Iglesia Presbiteriana, la nueva - la de antaño se la llevó el olvido, el comején, la ignorancia-
Era el niño pecoso que recitaba poemas de Martí y que cantaba. El niño que a medias cargo porque una parte se quedó esperando a que mi calle volviera a ser un río.
Eran muchos ausentes (o demasiadas presencias) y las caras del barrio, los niños de mi niñez, los amigos de mis padres que me contaban del pasado de mi pueblo. Eran la muchacha que rezaba cuando estaba no sé si mal visto o prohibido y la que se arreglaba las uñas mientras escuchaba a Serrat. Era la misma madre que repetía los textos que tenía que aprenderme cuando aún no sabía leer, mi hermana con miedo de mi miedo y su miedo de mirarme a los ojos para no romperse y romperme, mi sobrina que no encuentra palabras para tanta ingenuidad, las vecinas, los amigos, algún desconocido, parientes, amigos de los amigos de los amigos de los amigos, hijos de los amigos de mis padres, los hijos de los niños de mi generación de sueños y futuro y así hasta la infinitud de vínculos que generan los pueblos pequeños como el mío. Eran miradas que se desprendían del rostro de hoy para buscar los colores de antaño.

Es por eso que no tengo palabras, porque me miran todos desde esa noche y no sé como decir que fui feliz, que soy feliz, que mi abuela Nena tenía razón cuando me llamaba "privigeliao".
Y es que no hay privilegio más grande que volver a tu pueblo a contar la historia que te inventas para salvarte de la prisa y del miedo; del desarraigo y  del olvido y que la gente que conozca la verdad la asuma, la defienda y la escuche con la convicción de que   el recuerdo puede poner las cosas en su sitio si se dice desde el más profundo respeto, desde la certeza que supone haber vivido en el lugar adecuado y en el momento preciso.

Ahora no tengo palabras, tengo razones que no se pueden nombrar porque se sustentan en la compleja raíz de los principios y en la maravillosa esencia de las emociones.

domingo, 31 de marzo de 2013

PALABRA


El bisabuelo de mi tatarabuelo, que no sabía escribir, le regaló a su hijo, el abuelo de mi tatarabuelo, una palabra.
El padre de mi tatarabuelo, la escuchó, la guardó en su memoria y cuando quiso regalarla a su hijo, sólo se acordaba de la música que tenía la palabra; entonces susurró al oído de mi tatarabuelo una palabra parecida.
Otra fue la palabra pero al fin al cabo: una palabra.
Mi tatarabuelo hizo, más o menos, lo mismo con mi bisabuela -no tuvo hijos varones-
Ella lo escuchó atentamente y la preservó para regalársela a su hijo  cuando supiera escuchar, nunca antes. Creció, se hizo mujer y se fue, después de casada, con mi bisabuelo a otra tierra. Un lugar con otra lengua, con otro acento.
Allí nació mi abuela  y para que entendiera, mi bisabuela tradujo aquella palabra al soniquete apenas diferente del idioma nuevo, el de su hija.
Mi abuela la aprendió y la dijo en un susurro a mi padre cuando este tuvo edad para nombrar las cosas.
En la escuela -mi padre fue el primero que aprendió a leer y a escribir- supo de dónde venía, qué significaba e incluso aprendió la ortografía de la palabra.
Mi padre me la dio por escrito.
Yo la guardo a la vez que la busco.
La leo y la releo de vez en cuando. La repito en mi memoria.
Yo sigo tirando del hilo de la voz de mi padre, de la voz de mi abuela y de todas las voces que no escuché y que me dejaron por herencia una palabra, una sola palabra que no digo porque es un secreto de familia.
Y busco y rebusco y oigo y escucho, por una sencilla razón: encontrar la música primera de esta palabra que define mi voz, que la sostiene.

lunes, 18 de febrero de 2013

DIFERENTE


El niño miró la noche y lo vio todo, se supo diferente.
La luna estaba presa en el naranjo y la luna no era la luna, era él; pálido, asustado,
preso de un miedo sin nombre que le nacía en el alma y lo inundaba entero, lo desbordaba, lo saturaba, le definía.
El niño era luna y lluvia, era frágil, delicado como una rama seca a pesar de su apariencia.
Sus ojos miraban a otro lado, no al sitio al que debían mirar.
Sus ojos se asustaban de los ojos ajenos que parecían descubrir su miedo, su verdad porque a veces la verdad es un miedo-temblor que te esconde del mundo, del camino, de ti.
Al niño que se entendía con la luna no le gustaban las muñecas de la hermana, ni el juego trepidante de los primos en la calle de piedras por donde iba y venía su niñez de pueblo. Al niño le gustaban el aguacero y cantar, los cristales que atrapaban la luz, los espejos, las palabras, las conversaciones adultas, los libros, el olor del café, los grillos y las ranas, las flores del naranjo, el nomeolvides, las fotos antiguas, los ríos, la caja de botones, las cartas.
El niño quería ser niño y ser luna y ser grillo y ser flor, llovizna y canto, el niño quería ser  cuento...

¿Cómo se puede ser si el miedo impone su garra al temblor de la luna, si un niño es niño y sólo niño aunque le sobren razones para ser un niño diferente?

sábado, 5 de enero de 2013

LA OREJA DEL ÁRBOL

Hoy me apetece un recuerdo y fue hermoso encontrar, aquel día de junio, que a un árbol del Jardín del Arte de Sullivan, en el DF, donde cada domingo viven los "Cuentos grandes para calcetines pequeños", le había brotado una oreja enorme.


Desde hace muchos años estuve bien plantado, en mi sitio. Fui refugio de pájaros e insectos, bajo mis ramas, sueñan sus casas los "sintecho" y percibo los trinos y los sueños, los miedos y las dudas. 
Un día de domingo, hace ocho años, llegaron las palabras. Me gustaban los ojos de la gente, las risas, los gestos, las miradas. Algo bello intuía, pero no lo escuchaba. Fue cuando entendí que algo me faltaba: una oreja. 
Parecía imposible, pero los cuenteros fueron inventando bajo mi sombra un mundo donde todo es posible. Bastó desearlo.
Puse bien firmes mis raíces y estiré al infinito mis ramas. Hace unos días, la sentí brotar. Pequeña, húmeda, aferrada a mi corteza como para quedarse siempre ¡Una oreja! Por fin tengo una oreja para escuchar los cuentos, las canciones, los aplausos, las risas.
Y hasta me cuentan chistecitos y chismes, sueños, dudas, males de amor, esperanzas, temores, deseos. Yo escucho y callo. Los guardo para mí porque soy muy discreto. Pero soy feliz porque por fin puedo guardar palabras para contarle al viento, a los pájaros, a los que llegan en las noches para buscar consuelo.
Dicen que los hombres y las mujeres, por supuesto, aprendieron del sonido del viento en mis ramas a nombrar las cosas y yo, que tengo el privilegio de estar bien plantado en mi sitio, he aprendido que dejarse llevar por los sueños es suficiente para que algo maravilloso sea posible. Yo aprendí de los humanos a escuchar y a alimentar con palabras mis raíces.

viernes, 4 de enero de 2013

APRENDIZAJE


Hay dos frases que recuerdo de mi infancia
¡Enderézate! ¡Levanta los pies!
Enderezarme fue imposible, ya se sabe: árbol que nace torcido...
La vida me retuerce y siento que me achica, pero enderezarme lo que se dice enderezarme...
Sólo fijé, parece, lo de alzar los pies. Tanto ha sido la alzada que no sé vivir sin esta constante sensación de fuga, sin esta mágica vocación de veleta.

Torcido estoy pero aprendí a volar y es en el vuelo que el destino impreciso se endereza.