La luna estaba presa en el
naranjo y la luna no era la luna, era él; pálido, asustado,
preso de un miedo sin nombre que
le nacía en el alma y lo inundaba entero, lo desbordaba, lo saturaba, le
definía.
El niño era luna y lluvia, era
frágil, delicado como una rama seca a pesar de su apariencia.
Sus ojos miraban a otro lado, no
al sitio al que debían mirar.
Sus ojos se asustaban de los ojos
ajenos que parecían descubrir su miedo, su verdad porque a veces la verdad es un
miedo-temblor que te esconde del mundo, del camino, de ti.
Al niño que se entendía con la
luna no le gustaban las muñecas de la hermana, ni el juego trepidante de los
primos en la calle de piedras por donde iba y venía su niñez de pueblo. Al niño
le gustaban el aguacero y cantar, los cristales que atrapaban la luz, los espejos, las
palabras, las conversaciones adultas, los libros, el olor del café, los grillos y las ranas, las
flores del naranjo, el nomeolvides, las fotos antiguas, los ríos, la caja de botones, las cartas.
El niño quería ser niño y ser
luna y ser grillo y ser flor, llovizna y canto, el niño quería ser cuento...
¿Cómo se puede ser si el miedo
impone su garra al temblor de la luna, si un niño es niño y sólo niño aunque le
sobren razones para ser un niño diferente?
1 comentario:
Muy emocionante tu blog, me encanta la sensibilidad que tienes al escribir, así que te pondré en mis enlaces. Recibe mi abrazo desde el http://oasisdeisa.wordpress.com
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