Cada mañana, mi padre se
levantaba diferente. Sólo mirando a sus ojos podía saber quién o qué se sentía.
Cuando despertaba mitad lluvia,
mitad sol; a mediodía era arcoíris.
Si al despertar era silencio y ruido, sería
música en la tarde.
Siempre distinto, pero siempre Él.
Yo prefería cuando amanecía árbol
y ala, en la noche sería nido para
acunarme y arrullarme.
Un día quitaron un trozo de su cuerpo
y arrancaron su virtud.
Se volvió ausencia y, poco a
poco, se fue para siempre.
Al marcharse, mi padre me dejó
sin arcoíris, sin música y sin nido.
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