lunes, 2 de mayo de 2011

LA TRADICIÓN ORAL ¿VALOR EN ALZA?



A dónde va lo común, lo de todos los días
Silvio Rodríguez


Si miro atrás, a la raíz de mi conciencia lectora, surgen dos títulos que en su tiempo antólogo Herminio Almendros, maestro español (machego, de Almansa), y que tituló “Había una vez” y “Oros viejos”. Descubro entonces, en ese primer recuerdo que la mayoría de las historias que conformaban el libro tenían su raíz en cuentos populares y tradicionales.
Quizás fue una suerte asimilar el legado de algunas culturas orales como una “especie” de literatura porque, lógicamente esos cuentos habían pasado por una “depuración” estilística para responder a las demandas de las nuevas estructuras sociales que, lógicamente generan nuevos conceptos y nuevas visiones del universo.
O tal vez fue ese el error en que creció mi generación, en el desdeño de lo Oral por cuanto representaba la pertenencia a un pasado del que nos habíamos sacudido y que, supuestamente, íbamos camino de superar.
No sé si estaba predestinado a vivir del cuento, aunque viniendo de una familia de habladores todo era posible, pero fueron, casualmente dos historias literarias las que despertaron en mí las ganas de contar “La serpiente y su cola”, Onelio Jorge Cardoso (Cuba) y “La historia de un caballo que era bien bonito”, de Aquiles Nazoa (Venezuela), pero el devenir de mi oficio por una intuición no concienciada, no asumida del todo, ha querido llevarme por el maravilloso camino de la Tradición Oral.
Mientras intentaba esta reflexión llegan a mí unas palabras de Antonio Rodríguez Almodóvar:
"Los cuentos tradicionales siempre han tenido en cuenta esta delicada fase de la formación del pensamiento y, en general, del psiquismo infantil. Por eso contienen una significación simbólica que no aparece en primera lectura; para que la propia mente, en su desarrollo, se haga con el sentido. De ahí que los auténticos cuentos tradicionales tampoco posean mensajes explícitos –moralejas-, que son propios de la cultura ideológica, o doctrinal. Aquellas cualidades son más profundas y más rica en las versiones de la tradición oral o popular".
Y entonces lo veo claro, lo cuentos de tradición oral cuentan lo que somos y es, gracias a su aparente simpleza, que se te cuelan en el imaginario, porque desde este llegan, en este se reinventan, se “conservan” y ese, es su valor más auténtico.
De un tiempo a esta parte ha habido una avalancha de publicaciones que intentan recoger la “memoria oral” de muchas culturas, no sé si para potenciar el valor de las mismas o para “hacer caja” de la necesidad de muchos ámbitos de abrirse a la pluralidad del mundo.
Hemos visto de “casi” todo, hasta extremistas interpretaciones que relegan a un segundo plano e incluso al olvido, el auténtico valor de estas narraciones que gracias a los libros se han hecho tangibles.

Pero ¿Dónde estriba el valor del cuento popular y de otros elementos de la tradición oral? ¿Por qué constituyen una herramienta?
Muchas veces los valores de los cuentos de tradición oral no se manifiestan abiertamente, si sólo buscamos desde el reducido prisma de lo explícito. Y es que los valores, nacen del ejercicio cotidiano y humano de entender la realidad, reinventarla, comentarla, asumirla, reconstruirla desde los valores heredados o desde los valores en construcción (los valores son procesos). Las visiones reduccionistas de los valores nos hacen, muchas veces, menospreciar, despreciar o trasformar erróneamente aquello en lo que se sustenta la esencia y el valor de estas creaciones.
En la Tradición Oral todo se reviste de una aparente simpleza que no siempre asusta, que no hiere e incluso nos sorprendemos riendo de afirmaciones, aseveraciones y juicios que en otros contextos rechazaríamos abiertamente.
El cuento popular, de tradición oral cuenta lo que somos, lo que pensamos porque va desvelando de dónde venimos y de dónde vienen algunos de los principios, normas y valores que arman nuestro imaginario individual.
De ahí que no sea prudente versionar por versionar, recontextualizar por modernizar, lo propio sería considerarlo una entidad viva y que sean, ámbito, interlocutores, circunstancias las que atribuyan, en el proceso, un nuevo valor al texto.
La fundamental riqueza del cuento estriba en que se arma desde la subjetividad por lo que, al desatarse el proceso de COMUNICACIÓN, se activan en el oyente sus capacidades de análisis y asimilación de lo que se cuenta a veces de manera conciente, otras inconcientemente. El bagaje de la tradición oral radica en su valor patrimonial, en su capacidad de nombrar lo cotidiano con los recursos propios de la cotidianeidad.
No hay que complicarlo, ni juzgarlo, hay que disfrutarlo como algo propio y permitir la libertad de que sus múltiples enseñanzas se armen en comunión con los saberes del que cuenta, del que escucha, del que asume la historia como un ente vivo, con rasgos de identidad que de alguna manera nos desvelan la identidad propia.
Entonces, nacerá (más allá de tópicos) la condición de herramienta para incidir en determinados procesos y favorecer la creación de auténticos espacios de comunicación afectiva que, ajenos a las doctrinas, nos permitan contar y contando construir los que somos.

1 comentario:

Vicente dijo...

Quien cuenta un cuento, asume el papel de «Flautista de Hamelin». Debe introducir a los oyentes en su mundo, en el mundo que él conoce, en el mundo del cuento. Y lo ha de hacer como el propio flautista, sin apreturas ni desasosiego, ayudándose de la suave musicalidad de su narración.
Para ello, el narrador debe ser el primero en vivir y sentir el relato, e incluso, ser capaz de aportarle elementos de su cosecha personal.
Para saber contar un cuento, como Aldo los cuenta, es preciso saber escudriñar en lo escrito para lograr entenderlo, interpretar su simbolismo latente y, así, recuperar la comunicación en toda su intensidad, y plenitud, para evitar que se circunscriba a la mera transmisión oral, añadiendo toda la recreación, expresión de sentimientos, y matices que debe poseer la narración.