Es cierto que corren tiempos en los que la incertidumbre cercena los pilares que sostienen el oficio, pero ¿Acaso vale la pena, en aras de ganar espacios, echar por tierra la imagen de los compañeros?
Siempre he creído que contar cuentos debe sustentarse en la lealtad y en la honestidad. Al menos, para mí, es un privilegio que la gente me descubra cuando cuento, que se perciba el temblor que delata desde dónde esta brotando la historia que seduce o provoca, que silencia o alarma, que desvela o arrulla, que conmueve o deja indiferente.
También es cierto que somos diferentes, muy diferentes: algunos llegan y enseguida el mundo se echa a sus pies, a otros les intuimos vacíos y luego te sorprendes con la boca abierta y el corazón pleno de poesía (y viceversa), algunos pasan de largo hasta el momento de la sesión y hay quien se vende y sabe hacerlo, entonces, por la rozón que sea, uno se pregunta cómo.
Si algo bueno tiene la vida (y nuestro oficio la cuenta y contándola la reinventa y la vive) es que pone las cosas en su sitio. Es justo que nos agranden o convenzan, más o menos, el trabajo y los modos de nuestros colegas. Es justo y normal (se llama subjetividad) pero siendo objetivos hay desprejuiciarse y dar al ego un puntapié y aprender a asumir el rol del público, siéndolo, viviéndolo, sintiendo que esto en un ejercicio de comunicación y que si la gente se entrega es por que se conmueve y disfruta; nos gusten o no las maneras de enfocar el trabajo que tiene el otro.
Me avergüenzan aquellos que se acercan a programadores y otros seres con el poder de ofrecernos espacios y tiran por tierra la imagen de compañeros injuriando, calumniando, construyendo imágenes falsas con el fin de trepar y subir y medrar y joder (esa es la palabra exacta) Puede que entre amigos y compañeros sea normal decir abiertamente lo que me gusta y o que no, lo que me chirría y lo que me convence (movidos por la razón que sea) pero llegar a la inmoralidad de construir imágenes erróneas ante aquellos que nos dan la oportunidad de defender el oficio y defendiéndolo ganarnos la vida, me parece deleznable.
Por suerte la vida fluye y no hay nada más socorrido que un día detrás de otro y las aguas toman su cauce y lo que sube baja y quien a yerro mata a yerro muere y la mentira tiene las patas cortas y así hasta el infinito porque marineros somos y en el mar, andamos (en mi país se cambiaron arrieros por hombres de mar)
Respetémonos, que a cada quien la vida dé lo que se merece porque lo construye y se lo gana o porque como al burro la casualidad le ayuda. Defendamos el oficio desde la dignidad, eso nos hace mejores cuenteros porque contando desvelamos lo que somos.
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