jueves, 17 de septiembre de 2009

por si acaso el olvido...


En todos los cuenteros hay una esencia común, unas ganas un miedo y hasta una ilusión y luego... la apariencia delata a cada quien sus entresijos, sus miedos, sus luces y sus sombras. La única verdad es el cuento, nosotros (cuenteros) somos el medio, el vehículo que éste escoge (aunque parezca lo contrario) para llegar a la oreja que es dónde, definitivamente, la historia vive y se multiplica.
Poniéndome del lado de la oreja es donde descubro que lo que queda, más que el propio cuento, es la palabra, esa que, por consabida, se atraviesa como una puñalada, o la que es nueva y desconcierta, o esa tan vieja que se antoja como recién estrenada.
Cada palabra es un pretexto para que el cuento llegue a su destino, más o menos arropado, más o menos definido. A ese suspiro del final, a la carcajada, al aplauso, a la sonrisa o al silencio porque hay cuentos “burbujas” con los que el corazón se suelta y vuela, tanto vuela que la cabeza es incapaz de ordenar a la mano un aplauso por miedo, tal vez, que al batir las alas pueda perderse en un viaje sin regreso.
Hay quien se lanza a la deriva sin tener claro que más que un medio, es un estilo de vida, un juego peligroso que te atrapa y te atrapa y al atraparte ciega o deslumbra, que es lo mismo desde perspectivas diferentes.
Más que su voz el cuentero es palabra porque cada palabra le nace al cuentero desde lugares diferentes, aunque la tradición y el estereotipo pretenden marcar con hierro un lugar a cada cosa, el amor de cada quién está en un sitio distinto, así como el odio, la rabia, los celos, el olvido, el recuero.
Y Dios dijo: “Hágase la luz y la luz se hizo”. La palabra fue antes, sólo nombrándolo pudo Dios alumbrar el mundo, entonces ¿Fue el mundo el primer cuento?
A estas alturas, la palabra es como un candil pequeño, pequeñísimo que se atreve a alumbrar caminos de apariencia trillada para encontrar huellas perdidas en la vorágine absurda de las prisas.
La fascinación del cuento está en la palabra desatada, pájaro que parece perderse en el abismo del silencio; pero que no se aparta de la estela que dejan el narrador y el oyente en la comunión de sus memorias.
El cuento vive más allá del instante en que es contado porque como campana se queda temblando la palabra evocadora de esa energía común que es el recuerdo.


RESUMEN DE MI PARTICIPACIÓN EN EL FESTIVAL DE TORRENT QUE COLGUÉ EN MI ANTIGUO BLOG

1 comentario:

Vicente dijo...

"Es impresionante que el trabajo teórico sobre la estructura de la personalidad en una sociedad de masas, escrito por Bruno Bettelheim en 1960 pueda sonar hoy como una profecía. Y aquí entra en juego nuestra función docente, que no es otra que la de seguir haciendo de la escuela el espacio privilegiado para aprender a vivir, a convivir y a pensar.

El lenguaje humano tiene en sí mismo todos los recursos para que esto sea posible e incluso para afrontar con valor los conflictos y resolverlos desde lo esencial de la ética humana que considera el ser antes que el tener y a las personas por encima de sus posesiones.

El lenguaje humano es razón y pasión y si su adquisición es una aventura de la naturaleza dejemos que su desarrollo constituya la fuerza y el motor para la comprensión del significado y el sentido en un mundo acelerado y cambiante pero, ante todo, humano".


María-Dolores Rius Estrada



Un abrazo, amigo.