sábado, 24 de marzo de 2012
Y porque el campo huele a primavera...
Siempre que algo florece, retoña o germina es primavera. Y si revientan de gozo los afectos; en el alma es primavera y es privilegio, aunque ninguno de los significados que da la RAE a esta palabra recoja la calidez, el privilegio como el ejercicio y la suerte de percibir que la generosidad y el buen hacer florecen, aún en los sitios más secos, en los tiempos donde el silencio horada carcomiendo casi todo.
Y viene a mi cabeza esta mañana ventosa y de luces extrañas Antonio Machado, su poema "A un olmo seco":
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
Y no es abril, lo sé y sé que las lluvias no llegan como necesita la tierra que quiere reventar y sé, también, que no soy árbol, o si lo soy, porque esta manía de insistir en la raíz, de florecer y marchitar, de perder las hojas con los vientos del alma, es algo más que una metáfora; es una verdad que me ronda y es certeza en esas veces que tengo el privilegio de vivir la vida que vivo y compartirla con los que llegan y se quedan, con los que pasan de largo, con los que acuden sin saber que anidar no quiere decir eternizarse.
Y todo ello me asalta desde esta madrugada cuando pude suspirar sin miedo a escaparme, a deshacerme en el gesto. Ayer fue un viernes redondo, lo decía en el facebook, que es como ventana de barrio y que, a pesar de la frialdad, permite gritar a los amigos, estén donde estén, cómo se pinta el día o si te tiembla el alma o si esta solo o gris o luminoso.
Ayer presentamos "Recuerdos de mi única casa", un libro, una plaquette que tuvo vocación de modestia desde que nació en una habitación de La Habana. No tengo palabras, al menos no tengo las precisas para decir lo que pasó, lo que sentí, la sacudida que supuso y el compromiso que me genera.
Sólo hay una: GRACIAS. Porque ha sido de las veces que sentí el privilegio de ser de cualquier parte, el lujo de tener los amigos que tengo y el lujo del oficio que me nutre y me asusta y me libera y me ata.
Gracias a Jesús Mora que tejió magistralmente su niñez con la mía y supo dibujarse hermano de sueños y de afectos.
Gracias a Carmela Fischer Díaz que es el equilibrio perfecto de profesión, oficio, emoción, ternura.
Gracias a Carlos Cano Escribá, hermano definitivo que ilumina mis palabras más dulces y me arropa con los suyos (las suyas) como la familia definitiva que espera sentada en el portal de mi única casa, donde ya empieza a poner traspiés la ausencia; a Hernán Milla, humano irrepetible que musica mis versos y los libera del corsé de la rima; a Betriz Jiménez, amiga, nido, arrullo, campana que en su canto lanza al vuelo mis palabras; a Silvia Fernández, cubanísima y nueva en mis afectos, pero honda como la más auténtica de mis raíces, a Juan Antonio Cañizares, que llegó para poner acento a los amigos que ya tejían conmigo esta locura de inventar castillos y luces.
Y gracias a Paqui Trapero, esencia; a Paloma Mayordomo, empeño y a Vicente Montiel, honestidad y a Carmen Estrada, fuerza y gracias a tí que no leerás estas divagaciones de un sábado en que espero a los amigos para jugar a las casas, y tí que las lees porque aunque no está tu nombre, aunque no lo diga, estás tan presente como estuvieron tus ojos y tus oidos para arroparme ayer en este viaje corto pero intenso al recuerdo más mío, a la verdad honda y definitiva de mi única casa, de esa casa de la que ya sois parte ineludible y definitiva.
Es título corresponde a un verso de Mario Benedetti
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