viernes, 30 de septiembre de 2011

ALGO SOBRE MI, ESCRITO POR JESÚS LOZADA

Las mieles secretas. Aldo Méndez. Cuba o sería mejor decir Meneses, Sancti Spíritus.




Al narrador lo conocemos hace años, mucho antes de que se fuera a vivir y a trabajar a España, en medio de la meseta de Castilla ―La Mancha, de cuyo nombre me acuerdo, bien que lo hago. Una comida al borde del camino, judías con perdices, o unas tapas en Chinchilla, la de la triste cárcel ya difunta. Lo conozco, claro está que al artista, mucho antes de que adquiriera ese acento entreverado en el que el decir cubano se viste de ces, ses y zetas y las cosas adquieren nombres peninsulares. Ya era entonces un gran narrador, hábil en el arte de mover los cuerpos y de hacer danzar a los rígidos adultos cual niños; diestro en su palabra poética, con una gran dosis de humor y desparpajo, de ingenio. Ya lo era, antes de la castañuela y los toros.

Contó la historia de su pueblo, de su familia, la de sus orígenes. Y ya se sabe que esto es difícil. Podría haber apelado al choteo o la solemnidad, al melodrama o al culebrón lacrimoso, o incluso hasta a la pública o velada sátira política, tan de moda cuando se trata de asuntos insulares y tan efectiva en ciertos sectores europeos. Los cubanos podemos ir del folletín al panfleto, como del “azafrán al lirio”. Con nosotros pocas veces se sabe. Pero otra fue la opción. El narrador se sujetó a las mañas del realismo mágico, más garciamarquiano que carpenteriano, difícil de sostener en un discurso oral, sazonado con cierta dosis de humor negro, de ingenio, de ingrediente cáustico y absurdo, que le permitieron borrar a tiempo las costuras y las deudas, y presentarse desde la verdad, su verdad de hoy, que está entre el viento seco de Castilla y el huracán antillano. Eso explica por qué no molestó su acento castellano en una historia cubana, por qué la hibrides y el pastiche fueron recibidos como una generosa muestra de autencidad y fidelidad a la vida que es hoy.

Fue un espectáculo posmoderno, quizá sin proponérselo. Efectivo en sus recursos, mesurado incluso hasta en el desgarrador final. Sencillamente alto y luminoso, verdadero.





TOMADO DE LA JIRIBILLA REVISTA CULTURAL CUBANA Nº 412

jueves, 29 de septiembre de 2011

CANTO Y EVOCACIÓN DE LA ESPERANZA

Hace sólo unas semana las palabras eran alfileres y yo un insecto ciego volando en busca de una luz que me abrasaba, me quemaba lentamente y no había más señales que un abismo. Hoy el abismo es sólo la distancia yo recobro las alas y mi luz es pequeñita pero propia y auténtica, como este resquemor que paladeo, a veces, con esta esencia sufridora que nos han inculcado.
Hoy Buenos Aires amaneció nublado (la primavera es una niña caprichosa) pero yo tengo un aleteo interno, un reventar que me emociona y me impulsa, me lanza a construir el rito con el que se inauguran los caminos soñados.
La pasada semana fue herida y esta semana, en cambio, es sutura y el dolor permanece pero late despacio una ilusión y se abren puertecillas, ventanucos y algún trillo con malezas que habrá que podar o chapear (como se dice en Meneses).
Lo curioso de este asunto es que tengo ganas y NO ME SIENTO SOLO, NI ABANDONADO, NI HUÉRFANO DE AFECTOS, nunca creí que el desamparo en tierra ajena tuviese tanto hombro para apoyarse, tanto abrazo para refugiarse, tanta luz para que camino no sea túnel, ni laberinto, ni abismo.
Nada, que hoy amaneció gris pero yo tengo una lucecita anunciadora y un montón de auténticos candiles que engalanan este camino nuevo que empezaré con la ilusión de todos mis caminos porque las auténticas presencias de mi vida, casi siempre han estado en el recuerdo, en la distancia, en la memoria...

martes, 20 de septiembre de 2011

TONADA TRISTE DE UNA NOCHE LARGA

Mi padre se ha dormido para siempre, nadie canta más que esta tristeza honda y sin palabras.
Es una noche ajena que pudo ser perfecta y ahora es nada porque se ha vuelto abismo por culpa de esta tristeza que lacera mis alas, mis ganas de escaparme a algún lugar donde la luz sea nueva.
Mi padre puso en mi boca mi primera palabra y hoy las arranca todas y me deja sentado en la espera eterna de su abrazo.
"Caballito enano llévame a pasear"- canta la noche larga una tonada triste y nadie me dibuja el rostro como cuando mi padre me dormía en la infancia.
"Quiero ver el campo, quiero ver el mar"- y yo sólo percibo un horizonte de orfandad y frío.
"A la verde sombra de una palma real" se sentarán mi infancia de buscarte y mi adolescencia de exigirte aunque alguien dijera alguna vez que todo estaba claro en mí ¿Y acaso algo es más claro ahora que esta avalancha de agujas que ni zurcen, ni tejen, que desagarran y hurgan en la raíz más honda de mis afectos?
"Caballito enano quiero descansar"-canta ahora mi padre, como antaño y yo agradezco su silencio y le pido perdón por mis desafueros, por mis fugas.
Se ha dormido mi padre para siempre y yo no estoy para arroparle ahora que no volverá a clavar sus ojos tristes en los míos, ni me pedirá que la ayude a moverse en su cama de hierro para intentar sanarme de todos los abrazos.
Yo cantaré esta noche porque no hay ron para beber contigo,es decir por ti, y esperaré a mañana cuando te pierdas para siempre por el potrero de los Cuba, a reencontrarte un día de verano llegando en tu camión para llevarme al río o a cazar torcazas en Bamburanao, para intentar decirme lo que nunca dijiste, lo que he callado siempre.
Esperaré que llegues en un caballito enano porque tengo la certeza de vendrás cantando la canción de siempre o me contarás "El cuento de la buena pipa" para sacar de mí lo más tuyo que tengo: el carácter.

sábado, 10 de septiembre de 2011

UN CERRO QUE ES RÍO DE CUENTOS


En este asunto de la cuentería muchas veces puede la pretensión, el afán por aparentar algo más de lo que realmente estructura y define la esencia de este fenómeno que se sostiene y se sostendrá pese a todo porque de alguna manera tiene sus raíces ancladas en lo más genuino y definitorio de lo humano.
Desde que entré al mundo de los cuentos, desde que vivo de la palabra (como sentenció Tatiana Mijailovna, mi profesora de ruso) he visto algunas cosas: pequeñas, grandiosas, grandilocuentes, desvaríos, aciertos, pero esta vez asisto a un evento de honda raíz y de marcada esencia: “Un cerro de cuentos”, en Guayaquil
Podría fabular de sus orígenes porque es evidente que nació con las cosas muy claras, con una marcada vocación de poner en su sitio a la palabra y a la gente que la vivifica porque sólo en el paseo inaugural se percibe el aliento de lo auténtico, la profunda pertenencia a un proceso que, por pertinente, crece.
Cantos, cuentos, amorfinos (una manera linda de nombrar a las cuartetas populares que tienen por estos, lares) y gente, un río de gente de todas las edades que sigue la ruta del viento o lo que es lo mismo, la ruta de las palabras. Todo se abre, en el Cerro Santa Ana de Guayaquil, a la verdad que ofrecen los cuentos: ventanas, balcones, plazas y con estos la gente y sus orejas, los humanos y sus almas.
Me conmueve sólo pensar que este tipo de acciones culturales genuinas son un canto a la libertad, al privilegio humano de recrear lo cotidiano con las herramientas de siempre y con la imaginación, por supuesto.
El Cerro de Cuentos en un evento relativamente nuevo pero ya tiene bien definida su estrategia y esos conceptos que son visión y misión porque se percibe en todo: en la afluencia de público y en la lealtad de los asiduos, en el alcance sociocultural y artístico, en la evidente intención de rescatar y poner en valor tradiciones vinculadas con el patrimonio intangible, el empeño en hacer cantera para que los cuentos sigan floreciendo o yendo y viniendo como el río Guayas que en su vaivén arrulla la ciudad que acoge este Festival de todos.
Claro que debí colgar estas palabras hace ya un par de semanas pero sigo perdido en mis fugas y mis desvaríos y se me escapan a rato las palabras precisas para hablar de mi oficio y sus caminos.
Gracias, a Un Cerro de Cuentos por contar conmigo y a Ángela, Manuel, Andrea y a la familia Imaginario por ese lindo modo de acoger y de fundar. Gracias porque todo se va, pero "el almita queda" vibrando y con ganas de volver a este Cerro que es un caudaloso río de palabras y afectos.

Del sol y la melancolía...


El sábado se pinta luminoso y yo estoy con un nubarrón que sube y baja de la cabeza al sitio donde se planta el soroche (que es como el suspiro de un amor no correspondido que se trepa encima del estómago) a convocar suspiros.
El nubarrón me lanza un pregunta; ¿Por que te cuesta tan poco adaptarte a los sitios, a la gente, a la vida nueva?
Tendrá razón mi amiga Mercedes cuando me dice cubano "descatatao" y yo le devuelvo una sonrisa aprobatoria?
La respuesta la tiene esta canción "Sur o no sur"
Cualquier lugar es bueno si un día con sol te asalta la melancolía y hay una mano amiga que te pone la banda sonora, esa canciòn que cuenta lo que sufres o disfrutas porque a estas alturas no se si es dolor o privilegio esta sensación radiante del abismo.

Me faltan acentos de todo tipo y me provoca medir cada palabra.

martes, 23 de agosto de 2011

Sueños, fugas y divagaciones

¿Viajar o estar siempre con las ganas de encontrar horizontes? Ese es quizás mi dilema hasta que el avión despega y el mudo se va haciendo pequeño y todo es horizonte como en los días lejanos de mi niñez campesina sin brújula y sin carta de viaje porque el único punto permitido del mundo era Meneses y sus calles pequeñas, sus rincones, su gente y aquella manía vieja de soñar escapadas y reencuentros cada verano en que venían mis primos y mis primas con noticias de otros lugares del mundo (Mi universo era sólo Cuba, salir de allí era sólo posible echándole imaginación mientras mirábamos el mapamundi del aula o la bola del mundo o reinventándose la vida gracias a las peripecias de los personajes que se apretaban en la biblioteca de mi escuela, excelente, por cierto)
Pero definitivamente soñar es bueno y mejor aún si se tiene la esperanza de que un día se abrirán las ventanas y las puertas y caerán los muros donde se empoza la niñez sin otros alicientes que la fantasía y el juego.
Todo lo que deseé por futuro tuvo implícito o manifiesto la fuga, el abismo, la ruptura, la conquista, la huida pero todo ello llevaba siempre las ganas de volver, no sé si a envejecer o a recoger un beso, no sé si a acomodar el recuerdo a llenarme de los olores que cada mediodía de mi barrio despertaron mi vocación de cocinillas y mi esencia de amante de la gastronomía (también el gordo que soy)
Mi primera escapada real fue a los doce años, hace treinta y tres, entonces dejé atrás las Secundaria en la esquina de casa, a los amigos de la infancia, los únicos que había tenido y me fui sin saber que era duro partir y empezar de cero a agradar y aceptar, a construir un yo que, por su naturaleza, se hacía más complicado que otros “yoes”.
Ahí empezaron los miedos que ahora son certeza, las preguntas que ya no lo son más porque las respondí a fuerza de perder la inocencia y empezaron a nacer interrogantes que no tendrán respuesta y otras que juego a no responder por miedo a parecer que vengo de vuelta de todo.
Ahora, otra vez, tengo ganas de fugas no sé si el amor roto o herido, no sé si porque he descubierto que no eran raíces sino alas mis lazos con el presente que desde hace casi doce años construyo, pero tengo ganas de empezar de cero, de estrenar la vida en un lugar sin nombre con olores por definir y sabores por asimilar, con gentes por descubrir y sobre todo compartir la vida con personas que tengan esta necesidad de fundar y construir vínculos con este tiempo aprisa que lacera esperanzas.
¿Será que vuelvo a adolecer? ¿Será que la adolescencia tiene la suerte de la espiral que no se desprende del punto de partida y siempre vuelve sin llegar a ser la misma?
No sé, pero lo cuelgo por si acaso alguien tiene una respuesta o una pregunta mejor planteada que, a veces suele ser mejor camino.

domingo, 7 de agosto de 2011

Cuando se mira cara a cara la vejez (Viejas cajas)


¿Cuántas veces pasamos de largo censurando el suspiro?¿Cuántas veces al día nos creemos invulnerables al paso arrollador del tiempo? ¿Qué es lo triste de envejecer y qué es lo amable?
Conocí a Juliana Notari en Estrasburgo, en su casa, he compartido con ella el tiempo suficiente para saberla más que intuirla y he acariciado la desnudez de María, una viejecita que se muestra tal cual vino al mundo o mejor dicho, tal cual la han cambiado los años, para echarnos en cara los falsos pudores; también hemos bailado y cantado y hasta hemos soñado juntos, Juliana y yo porque aunque María te atraviesa con sus ojos tan desnudos como su cuerpo, es una marioneta CREADA por Juliana y escribo creada con mayúsculas por que ella construyó su cuerpo y amuebló el alma y la vida y la habitación de la vieja y es quien da vida a este ser que desarma, a la vez que seduce ¿Es que desarma porque seduce o viceversa?
Esta vez, Juliana y yo, nos hemos encontrado en Agüimes, en el Festival del Sur y gracias a este encuentro he podido tomarme un té con Lucía, una viuda que se mueve con una sensualidad que conmueve y entrar, también, a la vida de Antonino, un clown que te mira suplicante a los ojos porque ha perdido algo tan importante como la memoria y que te deja con el alma rota porque, atado de pies y manos por los prejuicios o el miedo o por las dudas no puedes asistirle y entrar a consolar su soledad o a intentar apuntalar su recuerdo perdido.
La obra de Juliana es poesía, delicada en la forma y de un sabor indefinible en el contenido porque dependerá del ánimo y de la experiencia del que se “entrometa” en la vida de cualquiera de sus personajes; pueden ser ácidos o amargos, dulces, melancólicos, tiernos, suaves, duros, incluso sensuales pero no dejan indiferentes porque es un juego inevitable con la afectividad y con la memoria, con la sensibilidad y con el recuerdo de quien asiste a un acto íntimo de magia en el que “pequeñas cosas” hacen valiosas las cosas pequeñas pero imprescindibles que regala la vida y que la prisa y el pudor, el egoísmo y las convenciones maltratan o ignoran.
Me quedé con ganas de sentarme luego con los asistentes a la puesta de sólo tres minutos y con un espectador para cada ocasión y proponerles un juego de palabras y recuerdos, de sensaciones y poesía, de charla amiga o de abrazos para organizarme el desorden que, magistralmente, Juliana y sus viejos te colocan en los principios y en la vida, en las esperanzas y en los miedos. No pudo ser, pero será, lo digo convencido porque sé que el destino es generoso y habrá otras ocasiones de husmear en la vida de los seres a los que da vida Juliana Notari y aprender de la mirada limpia de las marionetas y de los limpios y precisos movimientos de la “titiritera” que los anima y nos anima a asumir en un instante que cualquier momento es bueno para devolverle al mundo la ternura y confiar, de nuevo, en los afectos.

P.D. No la busque por su nombre de pila, busque Dúo Anfibios y permítase ser parte de este juego en el que su sensibilidad puede ser protagonista absoluta.

Desvaríos estivales

He creído siempre que la confianza es mucho más poderosa que la desconfianza; que la confianza ilumina, funda, libera; mientras que su contrario deteriora el alma, enferma y hace que crezcan el resentimiento y la duda que, en cuestiones de afectos, son buenos para nada.
Pensar en la confianza me ha llevado a un pariente cercano de esta, o al menos eso creo: el querer ¿Se confía porque se quiere?¿Se quiere porque se confía?¿Se puede querer gratuitamente, porque sí, por el simple hecho de querer? O la pregunta que debo hacerme es: ¿Por qué se quiere?
Y lo hago convencido de que ese sentimiento no tiene un por qué, es deslumbramiento y llama, es instinto y tiene la virtud del lago, a veces limpio y otras turbio pero siempre agua renovándose a pesar de su apariencia, agua habitada en la que se refleja el azul a pesar de la oscuridad fangosa de su fondo, de la agitada vida que le puebla y le define.
Hasta hace unos instantes creí que me habían enseñado a confiar, pero no, me enseñaron lo contrario a la vez que me enseñaban la generosidad y el amor ¿cómo es posible?
Tengo un batiburrillo en la cabeza, un “chapichalapi” (como dice mi prima Kenia), un lío y a la vez un dolorcillo impronunciable en el alma porque descubro por enésima vez que hay que desconfiar aunque te vuelva arisco, huraño, paranoico; que hay orejas que sólo escuchan tus dolores para sacarlos luego en tu contra o a favor de alguien a quien creen tu contrario aunque no lo sea (o quizás sí) y te dejan como he quedado este sábado en que el sol, quiere abrasar a La Mancha y a los que en ella pululamos, con o sin raíces.
Pero no dudo, me duelo y quiero y seguiré queriendo y confiando aunque siga doliéndome el momento de asumir que no todos escuchamos, ni queremos de la misma manera porque no sé si estaban en el paquete de saberes que me dieron mis mayores en los que tengo la certeza de haber encontrado la generosidad y el amor, pero como soy mayor y estoy tan sólo decido que en este corazón envuelto en grasa jamás tendrá cabida la desconfianza hasta que este vivir demuestre lo contrario

domingo, 31 de julio de 2011

SOBRE MIS VERSOS PARA LEER CON PARAGUAS


VERSOS PARA LEER CON PARAGUAS
ANTONIO A. GÓMEZ YEBRA
Autor: Aldo J. Méndez.
Ilustraciones: Mariela de la Puebla.
Editorial: Mil y un cuentos. AL leer el título podríamos pensar que tenemos ante nosotros un libro de poemas que nos van a hacer llorar. A veces los libros de poemas resultan tristes, porque el poeta o los temas lo son. Sin embargo, 'Versos para leer con paraguas' no es un libro triste, aunque sí melancólico. Porque observar la lenta y continua caída del agua de lluvia produce esa sensación que bien conocen los gallegos, y que los lleva a una envidiable situación de relax.
Estos versos del cubano Aldo J. Méndez contienen mucha agua, y ninguna lágrima. A veces, incluso, incorporan o conducen a alguna sonrisa. Con ellos el poeta recuerda el interior de la isla de Cuba, zona tropical donde llueve con mucha frecuencia, y donde el agua, en esos momentos, se adueña de todo: entra en las casas y en las almas de quienes visita.
Para el poeta, el agua de la lluvia tiene múltiples olores, colores y sabores: a menta, a naranja, a limón, a fresa, y otros mil que cualquiera puede inventar o suponer al agua.
Cancionero popular
El poemario contiene algunas notas que recuerdan el cancionero popular, porque destila amor, y separación, y la pena que conlleva el mal de amores. Se convierte, así, en un libro para niños que cualquier adulto puede leer con satisfacción: -«Ay, que nadie me dice / «Niña, te quiero»- ¡Corre, ven a bañarte / en el aguacero!».
Y como los libros creados por la sabiduría poética del pueblo, incorpora metros breves, y a veces comete los pequeños pecadillos en que tropieza la métrica popular, como la sinafía, que observamos entre el tercer y el cuarto verso de la estrofa recién citada.
El libro es bellísimo en todos los sentidos, también en el tipográfico, y, en las delicadas y expresivas ilustraciones de Mariela de la Puebla.

domingo, 17 de julio de 2011

Un poema viejo para una nostalgia reciente


Meneses, perro amarillo
que atraviesa mi silencio,
talismanes que me agencio
para socorrer mi trillo,
sonata del verde y brillo
de la tarde cuando muere,
nostalgia que siempre hiere
como punzada en la vida
sutura para mi herida
mi alma tu silencio quiere.

Niño he sido en tus rincones
y mendigo en tus callejas,
cuando siento que me dejas
retumban las emociones
y mi abuelo, sin canciones,
se alza desde su caballo
y su voz, como de rayo,
su voz de polvo y de brisa,
rompe en dulzura la prisa
y me cuida las pasiones.

¿Dónde quedaron, juguetes?
¿Dónde abandoné a mi madre?
¿Qué dolor guarda mi padre?
¿Y mi hermana?¿Y sus aretes?
Campesinos sin guateques
recobran su esencia vieja;
mi vida como madeja
vuelve la pasado y regresa
y con ternura me besa
y sin consuelo me deja.

Es tu mordida la huella
que mancha mi poesía
y marca mi travesía
por laberintos de suerte,
eres alegría y muerte,
eres paz y eres querella,
eres un niño sin duende
que al regazo se te prende
y al desatar la alegría
sólo reclama una estrella

viernes, 15 de julio de 2011

MODESTIA, APÁRTATE!!!


Cuántas veces somos capaces de tirar a la basura el viejo prejuicio de la modestia y decir, como acuñó Freddy Artiles:-¡Modestia, apártate!
Ahora mismo vuelo hacia Gran Canarias, a Agüimes, al Festival del Sur y me he puesto a mirar las fotos del Festival de Barquisimeto, de donde acabo de llegar, y entonces me viene a la mente uno de los más maravillosos momentos de mi vida de cuentero, gracias a la maestría del fotógrafo que lo atrapó puedo reparar el instante en que no sabía si era cierto lo que estaba pasando y, de ser cierto, no sé hasta hoy que fue lo que movió la reacción de un público que me sacó del ritmo que intentaba dar a mi espectáculo y contar,tal vez gracias al oficio, como poseído para llegar al final como andando a tientas el camino de los cuentos que faltaban por decir.
Esta historia, aquella en que mi madre vuela y mi padre la salva de perderse, este cuento que reinventa mi pueblo y su memoria me ha dado no pocas satisfacciones y creo que, amen de su poesía y de su apelación a contar algo fácil de entender porque nos es común y se hace previsible, tiene su origen en la más auténtica raíz de mi historia personal y aunque no dice toda la verdad, cuenta la verdad que quise tener y la que tuve y pienso, es en ese punto donde se crea la comunión con los que van dibujando el texto que arman mis palabras.
Si alguien de los que estuvo me puede decir que sintió, qué paso, que cuerdas se pulsaron o cuales se rompieron para que más allá de mi conciencia el público me desarmara en un ejercicio mágico de sublime generosidad y afecto, que lo cuente, que me lo explique por qué siempre que miro mis ojos a punto de reventar en llanto y mi mirada buscando en no sé qué horizontes las respuestas soy feliz y me asusta no saber quien guiaba mis palabras esa noche, si era yo o era la sorpresa, si fue la historia o la hábil oreja de un público que sabe y como sabe pudo verse construyendo la verdad en que se nutre mi amor por esto oficio.

sábado, 9 de julio de 2011

Matías JUGLAR Tárraga


De Matías Tárraga sabía de oídas y lo poco y fugaz de aquella ocasión en que tuvo la delicadeza de invitarme a un café, a su paso por Ciudad Real; pero cuando le vi entrar en la panadería de Barquisimeto, recién llegado de España, a la hora del desayuno, algo me dijo:
-Abrázalo como un amigo viejo.
-Abrázalo como un amigo viejo- insistía mi voz interior.
Así lo hice porque mi instinto me exige confiar hasta que el destino demuestre lo contrario.
Luego le vi moverse, colarse en las conversaciones de otros y mostrarse desnudo, porque Matías carga muy poca añadidura para que no se distorsione ese murcianico brillante y gruñón, pero noble, como perro de hortelano (del que como y deja comer)
Cada mañana de Festival se levantaba feliz y como niño chico era más feliz aún por estarlo, lo pregonaba a sonrisa limpia y a abrazo desatado. Se hizo querer, se hace querer porque es hombre de una sola pieza, como esas talladas a mano por escultor con oficio en las que lo imperfecto es también obra del milagro.
El momento más intenso de este juglar con las “moderneces” justas fue su presentación en el Ambrosio Oropeza de Barquisimeto, allí me descubrió su inteligencia y su instinto, su sagacidad para respirar al público (numerosísimo en esta ocasión) sin perder la compostura, ni quebrar el hilo que hilvanaba su coherente intervención.
No niego que al principio me poseyó la duda ¿Clase magistral o espectáculo? Para mi sorpresa fue un espectáculo magistral y con clase, a pesar y en virtud de su modesta puesta en escena. Una lección de cómo gestionar recursos orales y escénicos y como, gracias al dominio del tema, puede alargarlo o acortarlo, abrillantarlo u opacarlo, manejarlo, definitivamente, a su antojo y al del público; a esto lo llamo ejercicio poético de comunicación afectiva (y efectiva en esta ocasión) o lo que es lo mismo: narración oral.
La idea es que sin salirse de la ruta diseñada previamente, Matías Tárraga nos hizo saber que labraba el camino de sus textos en función de la circunstancias, es decir, hace arte de la comunicación.
No tengo para Matías más que elogios: conmovió, enseñó, sedujo (difícil para la propuesta) y dejo ver la verdad de un hombre generoso que, borda el oficio ancestral de la juglaría con telas e hilos de estos tiempos, sin descuidar la hechura, ni el traje, ni a quien lo lleva o lo acaricia con ganas de llevárselo puesto, aunque le ajuste o lo quede grande.
Quizás faltan puertas y escenarios del otro lado del mundo (escribo en Caracas) para este juglar de esencia y apariencia, pero ya lo dice el refrán: Nadie es profeta en su tierra.
Y Matías es poeta y profeta y juglar jugador que en la jugada invita a un juego juglaresco, poético y profético que le define y que defiende
¿Acaso este soniquete intencionado es aliteración o sólo entendí de la clase la autenticidad del maestro?

domingo, 3 de julio de 2011

CUENTO DE UN POEMA DIFÍCIL


Toña Pineda es payasa y Sandra Lezama, bailarina; se han juntado en un espectáculo que cuenta algo sobre los sueños y la esperanza, o eso, al menos, es lo que yo sentí.
No es casual que me haya seducido, a pesar de que aún hay que hilar o deshilar para que todo fluya con la armonía de una pieza musical, con la luminosidad de un cuadro bien pintado, de esos que de tan bien atrapada la luz, se les escapa e inspira y hasta deslumbra, a veces, sin cegar.
La propuesta, aun inmadura, tiene la esencia clara, la intención se percibe aunque a veces se diluye. Pero hay una verdad que no deja indiferente y por eso mi verso se apuró para arroparlas con esta nana dulce que canta lo que sentí esa noche en que perdí mi miedo a los payasos y asumí que son también un trozo de poesía.

Una madrecita negra
tiene la luna
La oscuridad y la noche
tejen su cuna
y mientras va creciendo
y se hace redonda
el viento va tejiendo
nanas y rondas

La luna crece
la noche canta
el arrullo que gesta
las esperanzas

Duerme profundo
y juega con tu silencio
que el tiempo de llegar
lo anuncia el viento
con un silbido dulce
claro de luna
saltarás a los brazos
de mi fortuna

Crece la luna
canta la noche
la esperanza dormida
viaja en su coche

No te apures, yo espero,
una canción te guardo
y una caricia
de azucena y de nardo
de pan, de risa
y en mi regazo un nido
teje la brisa

La luna crece
la noche canta
el arrullo que gesta
las esperanzas

miércoles, 29 de junio de 2011

CUANDO LOBOS Y CORDEROS SE MIRAN A LOS OJOS

No soy capaz de discernir que es más difícil y peligroso en la escena: provocar o conmover, pero tengo la certeza de que para ambas cosas hay que ser muy auténtico, muy generoso y muy honesto.
Nos conocimos en casa de Mau Cevallos. Él terminaba de comer y yo llegaba, me miró como quien quiere ver más allá de la primera piel y yo ni siquiera me quedé con su nombre. Había mucha verdad en aquel hombre tatuado y me dejé llevar por la curiosidad y hasta creí intuirle cada vez que miraba con melancolía el pasado o cuando abofeteaba irreverente la vida que vivimos como malgastándola.
Ahora que amontono estas palabras buscándole un sentido, tengo la certeza de que fue un regalo el encuentro, lo supe cuando le vi, medalla al cuello (El Festival de Barquisimeto reconocía su trayectoria), ajustarse a los tiempos en detrimento del ego y a favor del ritmo de una gala en la que todos tejemos la madeja que luego irá bordando con palabras los escenarios que acogen este encuentro. En ese instante le supe generoso y entonces podía acomodarse en las estancias de mi vida, que es mi casa.
Roberto Nield arrancaba si pretensiones una ovación cargada de cariño del bueno y me tocaba a mi seguir la estela de su aplauso (todo un reto).
Desde ese momento le fui vigilando de cerca, olfateándole, reconociéndole, más allá de apariencias como un lobo de mi manada, porque a pesar de no tener apariencia de fiera, alguna dentellada lanzo a la vida si me duele y tengo la manía de cantar a la luna.
Ese hombre, Roberto, tenía una verdad, lo denunciaban sus miradas, sus modales, sus maneras y yo quería saberla entera para quererle y respetarle, como hago ahora perdido en este mar de palabras gastadas.
No falló la intuición, lo que desvelaba la apariencia era certeza. Eran auténticos Roberto y sus tatuajes, Roberto y su mirada, Roberto y su siempre atenta manera de analizarlo todo para nombrarlo luego.
Cuando le vi en el escenario, ya era parte de mí (le amaba con amor del bueno, sin ñoñerías ni maricadas) y me fue cautivando (nos fue cautivando) con una aparente superficialidad de chiste de barra, que nos iba ablandando, acercando, convocando, provocando, para luego asestarnos un golpe en la moral, en el recuerdo, en el compromiso y en la prisa de pasar sin mirar la huella.
Contó con desgarro de folklórica su vida, pero también con la melancolía del sobreviviente, con la honra del guerrero y no faltó ni un ángel por nombrar porque los hombres de verdad no olvidan y a eso de recordar y reconocerlo todo, sin tapujos, yo le llamo honestidad.
Queda claro, Roberto Nield es, desde hace unos poquísimos e intensos días, mi amigo más viejo, mi ángel más irreverente y aunque después de tanta palabra salida desde el corazón no puedo discernir si es más difícil provocar o conmover, tengo la certeza de que este hombre-lobo-andante sabe y puede hacerlo porque es generoso, auténtico y honesto.

martes, 28 de junio de 2011

Un huracán de afectos que crece y quiere crecer


Hace cuatro años, en mi primera función en Barquisimeto, compartí con un muchacho de dieciséis años: Romer Peña. Era pura fuerza, un huracán sin bridas que lanzaba al aire su energía y que los asistentes a aquella función recogían a pesar del espacio y devolvían como sólo saben las orejas de estos lares, donde aún la palabra es palabra. Fue en Las Trinitarias, que aunque por su nombre parezca un Colegio de monjas, es un Centro Comercial (en Venezuela trinitarias son también las buganvillas)
Esta vez lo he visto contar en el Teatro, en la sede central del 18 Festival de oralidad de Barquisimeto, arropado por tres músicos excelentes (Barquisimeto es tierra de músicos) con un espectáculo con matices urbanos y un evidente guiño a la poesía.
Romer ha crecido y lo digo tajante porque tiene madera para seguir creciendo y ganas para hacerlo, sabe escuchar mirándote a los ojos, sin miedo a eso que, a los que “vendemos” nuestro ego, nos cuesta tanto oír: desatinos, desaciertos, errores, patinazos…
Yo lo disfruté con desconcierto y cierta envidia. Desconcierto porque a ratos se dejaba arrastrar por la pasión de un público que le conoce y lo arropa hasta la asfixia y le impedía, impidiéndonos, saborear las historias, escuchándole como quien come engullendo, sin percibir los sabores, los aromas, las texturas. Lo envidié porque a pesar de esos pesares, que el público te quiera es del deseo de todos o casi todos y porque ojalá a sus años yo hubiese tenido arrojo suficiente para ponerme al mundo por montera y luchar convencido por lo que entonces creí querer y que ahora sé que es cierto.
Romer no deja indiferente, por eso le hablé como un amigo viejo de mis impresiones y por eso le escribo estas palabras en una habitación de hotel con ventanas que miran a ninguna parte y porque él si tiene luz propia y un camino que andar construyendo ventanas y puertas y cerrojos y muros; eso sí, escuchando a su yo, que no a su ego, y mirando después, con avidez de sabio, lo que deja a su paso porque lo que pasa es lo que queda y funda, lo que enseña y nos arma en este oficio lleno de intrusos que, como yo, se atreven a decir que les parece el trabajo de otros. Yo intento hacerlo sin juzgar, desde el afecto más sincero y cuando percibo en los ojos de quien cuenta las ganas de crecer y seguir creciendo y creciendo reinventar el oficio de cuentero que es una tarea difícil y por difícil, edificante.

martes, 21 de junio de 2011

De la intuición a la certeza


Hay cuenteros y cuenteras a quienes se les ve venir, se les intuye o se les reconoce como algo que ya ha estado en tu vida de antes (en cualquiera de ellas) y el destino los coloca porque sí de nuevo en tu camino.
Víctor Arajona, es como esos ríos que fluyen con la apariencia de no ir a ningún sitio pero que cantan a su paso y con delicadeza, arrastran en su caudal desde una brizna hasta un tronco enorme y lo hacen con la sutileza y a la vez con la firmeza del agua que no cesa de ir hacia un destino que no sabe si conoce o intuye, pero que tiene claro.
Ángel del Pilar es manantial, es luz, es cantarina y a borbotones salen lucecitas brillantes de sus ojos y con su acento y su voz te va aliviando de esos males que no has creído tener hasta que alguien te acaricia la herida oculta y te la descubre mientras la sana, la cura, la desaparece.
¿Y acaso río y manantial no son complementarios y a la vez uno? ¿Acaso no son raíz y ala, origen y camino?
Así, desde mi apreciación minada de un afecto nuevo pero hondo, la vida los juntó para que fueran uno o varios (el cuentero tiene la suerte de ser cada cosa que nombra) que se arman como las partes de un rompecabezas que, armándose engatusa y engancha, y atrapa hasta hacerte perder los contornos de cada pieza.
Entraron al escenario dando la impresión del "aprendiz de panadero" que ve cada ingrediente del pan con vida propia y como imposibles de mezclar, hasta que empieza y, entonces, todo se amalgama como en un rito antiquísimo y se arma la masa que se amasa y se achica y reposa y crece y se hace pan antes de ser horneada y, luego, es pan que el fuego dora y cuece, fundiendo en una las vidas que lo conforman.
Contar es de esos oficios en los que la paciencia, antes y durante el ejercicio, define la calidad del pan que probaremos todos: quienes tejen las frases para hacer la historia y quienes las destejen para que tenga vida y pueda armarse mil veces, cuando sea contadas.
Fue un espectáculo noble, auténtico, cargado de generosidad; con la simpleza de una olla de pobre que, hirviendo, junta los poquitos que calmaran el hambre, las hambres. Fue una lección de modestia, de mesura, de amor, de equilibrio.
Y, sin pretensiones, arrancaron aplausos y sonrisas, más aplausos y risas y más aplausos y silencios, esos silencios sabios de un público que, por unanimidad y por oficio, se pone de acuerdo para venerar la palabra que funda, la que cura y para agradecer la maravilla de un espectáculo que te deja el alma sosegada e inaugura en ella la sutil impaciencia de los caminos nuevos.

domingo, 19 de junio de 2011

Doña Flora y sus palabras aromadas


Escuchar contar a Flora Ovalles es pegar la oreja a un manantial de agua dulce. Flora es miel y canela. Es un girasol amarillísimo, espléndida en generosidad. Dulce, pero no de esa dulzura que raspa, sino de la que engancha porque no empalaga, no cansa
Y es que Flora es auténtica, una mujer en estado puro, sensualidad sin aditivos, como un arrollo que te canta y te pide viajar en su corriente de agua fresca (que no fría)
Y mientras te cuenta, te seduce y no sabes si es una mujer hecha y derecha o una niña juguetona que quiere quedarse en ti para que la consueles o para ser consolado porque ella es generosidad y las personas generosas dan y reciben con la misma vehemencia.
Cuando cuenta su voz suena como en esas tardes amarillas del Caribe después de que ha pasado un huracán, un ciclón (uno de esos que no son tan bravos) y el viento se revuelca en el cielo con actitud de gemido, con sensibilidad de arrullo.
Yo la veo más amiga y es que una cuentera de verdad, auténtica, te cala y se te cuela en las honduras y no tienes más remedio que dejarte amar y amarle como quien en la primavera se hace naturaleza y estalla.








lunes, 13 de junio de 2011

TENGO GANAS DE HABLAR Y QUE ALGUIEN ME ESCUCHE



Ahora mismo tengo una sensación confusa, se debaten la ilusión y la melancolía; la añoranza y la esperanza ¡Otra vez a Venezuela!
Hace cuatro años este Festival (El de Barquisimeto) supuso una puerta a esa parte del mundo al que pertenezco y que las circunstancias insulares me negaron el privilegio de conocer y asimilar.

Me recuerdo asustado (aunque pareciera lo contrario) y con la ilusión crecida porque estaría con Pedro Mario López, un narrador cubano imprescindible cuando se habla del oficio y los afectos y las ganas de contar con este acento "entreverao" que me ha permitido la vida de mis últimos años.
Hoy ha hecho calor en La Mancha, un calor de los de toda la vida (la vida de aquí), de esos que cuecen y convierten al campo en un mar dorado que, de no ser por la cuchillada del sol, invita a navegarlo, a surcarlo para desentrañarle la vocación de infinito que tiene esta tierra que me acoge y me ampara.
Yo tengo un frío extraño, una absurda sensación de melancolía que no sé como nombrar, ni sé si nombrarla es lo que necesito y quiero. Pero es como esa punzada dulzona y casi ñoña del amor que te despierta mariposas y, aunque siempre que viajo prefiero no aferrarme a las certezas, me asegura que será bueno, buenísimo, volver a este Festival con el alma preñada y el corazón sin estaciones, para curarme contando que es una digna y mágica manera de curarse.
Vuelvo con la intención del abrazo, con la mirada limpia de los siete años y el mismo temblor conque a los diecinueve años surqué mares para intentar construir la vida que ahora vivo y en la que se consolidaron las ganas de ser este cuentero errante que, errando crece y creciendo cuenta los caminos que vuelven y salen del mismo sitio: la memoria.

viernes, 10 de junio de 2011

OFICIO Y LEALTAD O REQUIEM POR UNA AMISTAD QUE SE HIZO MENTIRA

Es cierto que corren tiempos en los que la incertidumbre cercena los pilares que sostienen el oficio, pero ¿Acaso vale la pena, en aras de ganar espacios, echar por tierra la imagen de los compañeros?
Siempre he creído que contar cuentos debe sustentarse en la lealtad y en la honestidad. Al menos, para mí, es un privilegio que la gente me descubra cuando cuento, que se perciba el temblor que delata desde dónde esta brotando la historia que seduce o provoca, que silencia o alarma, que desvela o arrulla, que conmueve o deja indiferente.
También es cierto que somos diferentes, muy diferentes: algunos llegan y enseguida el mundo se echa a sus pies, a otros les intuimos vacíos y luego te sorprendes con la boca abierta y el corazón pleno de poesía (y viceversa), algunos pasan de largo hasta el momento de la sesión y hay quien se vende y sabe hacerlo, entonces, por la rozón que sea, uno se pregunta cómo.
Si algo bueno tiene la vida (y nuestro oficio la cuenta y contándola la reinventa y la vive) es que pone las cosas en su sitio. Es justo que nos agranden o convenzan, más o menos, el trabajo y los modos de nuestros colegas. Es justo y normal (se llama subjetividad) pero siendo objetivos hay desprejuiciarse y dar al ego un puntapié y aprender a asumir el rol del público, siéndolo, viviéndolo, sintiendo que esto en un ejercicio de comunicación y que si la gente se entrega es por que se conmueve y disfruta; nos gusten o no las maneras de enfocar el trabajo que tiene el otro.
Me avergüenzan aquellos que se acercan a programadores y otros seres con el poder de ofrecernos espacios y tiran por tierra la imagen de compañeros injuriando, calumniando, construyendo imágenes falsas con el fin de trepar y subir y medrar y joder (esa es la palabra exacta) Puede que entre amigos y compañeros sea normal decir abiertamente lo que me gusta y o que no, lo que me chirría y lo que me convence (movidos por la razón que sea) pero llegar a la inmoralidad de construir imágenes erróneas ante aquellos que nos dan la oportunidad de defender el oficio y defendiéndolo ganarnos la vida, me parece deleznable.
Por suerte la vida fluye y no hay nada más socorrido que un día detrás de otro y las aguas toman su cauce y lo que sube baja y quien a yerro mata a yerro muere y la mentira tiene las patas cortas y así hasta el infinito porque marineros somos y en el mar, andamos (en mi país se cambiaron arrieros por hombres de mar)
Respetémonos, que a cada quien la vida dé lo que se merece porque lo construye y se lo gana o porque como al burro la casualidad le ayuda. Defendamos el oficio desde la dignidad, eso nos hace mejores cuenteros porque contando desvelamos lo que somos.